En Parashat Vaikra , la Torá ordena espolvorear sal sobre cada sacrificio: “Y cada sacrificio de vuestra ofrenda será salado con sal, y no negaréis la sal del pacto de vuestro Dios sobre vuestro sacrificio, en cada sacrificio tuyo ofrecerás sal”. Por un lado, la sal es un ingrediente importante y necesario, no solo para el sabor de los alimentos sino también para la salud del cuerpo. Por otro lado, el agua salada no es potable y el Israel de hoy es una “potencia de desalinización”: altos porcentajes del agua potable que consumimos proviene de plantas desalinizadoras que “endulzan” el agua de mar filtrando las sales. La familiaridad con los procesos químicos en la relación entre el agua y la sal puede usarse como una maravillosa metáfora de un importante principio jasídico: el endulzamiento o אִתֽהַפּֽכָא, ithafja- “lo daremos vuelta”, la corrección de lo amargo (o el salado) al dulce.
Naturalmente, las moléculas de agua son atraídas por las moléculas de sal y las envuelven. Por eso una estancia prolongada en el agua provoca una ligera hinchazón en los dedos: los fluidos del cuerpo son más ricos en sales que el agua que nos rodea, por lo que el agua que rodea el cuerpo es atraída para penetrar en él y fusionarse con las sales, el cuerpo sabe filtrar las moléculas que penetran en él mediante una membrana selectiva que permite la entrada únicamente de moléculas de agua.
Este fenómeno es la base de uno de los métodos de desalinización más comunes y eficaces: en un tanque hay agua de mar salada. El tanque cercano está vacío o tiene agua dulce. Entre los tanques hay una membrana selectiva que sólo deja pasar las moléculas de agua. Cuando se aplica presión al tanque de agua de mar pasa a través del filtro al segundo tanque y en el primer tanque queda salmuera, un líquido con un alto porcentaje de sales.
CORRIGIENDO Y REFINANDO EL PLACER.
¿Qué se puede aprender de esto sobre el alma y el servicio a Dios?
En el Sefer HaTania el Alter Rebe explica que el elemento agua es la característica del placer en el alma. La experiencia del placer fluye y pulsa por toda el alma, la satura y la anima, como el agua. No en vano El agua también se llama agua viva, y el placer también es vivir: “hacer vida” significa disfrutar.
Pero en la mente, como en la naturaleza, el agua tiende a adherirse a la sal. El placer, por su propia naturaleza, tiende a ser atraído y apegado al lado bajo, burdo y amargo (o salado) del mundo. El agua desciende y el placer también es atraído hacia la materialidad densa. Cuando el placer está satisfecho, su gusto se distorsiona: pierde el sentido y el buen gusto en la espiritualidad y en la interioridad, y disfruta sólo de las cosas bajas y temporales.
Pero las instalaciones desaladoras pueden animarnos: ¡hay un camino de regreso! Es posible purificar nuevamente el placer, filtrarlo de la sal y de la carnalidad, y devolverle la delicadeza y la interioridad. Para este fin, el trabajo se necesita la ithafja: el placer debe filtrarse conscientemente: conservar el placer y dirigirlo sólo hacia cosas elevadas y santas. El comienzo de este trabajo requiere esfuerzo, pero el jasidismo enseña que ‘ִitkafia’, someter o obligar, me lleva ‘ִithafja’, dulcificar y rectificar; con el tiempo, efectivamente, se adquiere e imprime en el alma un placer elevado, puro, dulce y gentil, que refina toda el alma y la atrae hacia lo Alto. Esta transformación requiere tiempo, pero saber que el placer puede corregirse y transformarse y que el propósito es un placer santo, endulza y motiva el proceso desde el principio.