EL BAAL SHEM TOV Y EL ALMA DEL MAHARAL DE PRAGA

EL BAAL SHEM TOV Y EL ALMA DEL MAHARAL DE PRAGA

UNA HISTORIA PARA JAI ELUL – 18 DE ELUL

En su juventud, cuando el Baal Shem Tov aún vivía como un tzadik oculto, se ganaba la vida modestamente con el trabajo de sus manos, vendiendo barro que transportaba a la ciudad. Su esposa, aunque era delicada y provenía de una familia rica, reconocía su santidad y se compadecía de él. Con el corazón lleno de empatía, también ella tomaba una pala, lo acompañaba al campo, y lo ayudaba a cavar en el lodo y el barro para cargarlo en la carreta. A veces viajaban de ciudad en ciudad durante varias semanas sin que nadie los notara, ya que se los consideraba como pobres viajeros.

En una ocasión, el caballo del Baal Shem Tov se debilitó, y ya no podía cargar ningún peso. Esto causó al Baal Shem Tov una gran angustia, pues no tenía dinero para comprar otro caballo. Cuando se encontró en el camino con otros pobres, les compartió su preocupación, y le aconsejaron que fuera a un pueblo cerca de Uman, donde vivía un terrateniente judío, Reb Baruj, quien era conocido por su generosa hospitalidad. Se decía que cuando un pobre llegaba en una carreta y su caballo estaba débil o en mal estado, Reb Baruj le regalaba uno de sus propios caballos, aquellos que ya no eran aptos para trabajar en el campo pero que aún podían realizar trabajos más ligeros. El Baal Shem Tov escuchó su consejo y viajó hacia allá, junto con su esposa.

Reb Baruj era un hombre muy rico que había huido de Bohemia a Rusia debido a las persecuciones contra los judíos. Aunque no era un erudito, era un hombre simple y temeroso de Dios, y su esposa Rajel también era una mujer piadosa. Juntos realizaban muchos actos de caridad y bondad, destacándose particularmente en la mitzvá de la hospitalidad. Para este propósito, dedicaban una casa especial con muchos cuartos, y permitían que cualquier viajero se alojara allí durante una semana entera, recibiendo dos comidas diarias. En Shabat, todos comían en la mesa de Reb Baruj. Si los pobres llegaban con sus esposas e hijos, les asignaban un cuarto privado. Sin embargo, si llegaban solo un hombre y una mujer, sin hijos, no les daban un cuarto privado, por temor a que no fueran realmente marido y mujer. Antes de que los huéspedes se marcharan, Reb Baruj les daba dinero a los hombres pobres, y su esposa Rajel hacía lo mismo con las mujeres.

Cuando el Baal Shem Tov y su esposa llegaron allí, descansaron un poco y comieron, recuperando sus fuerzas. El Baal Shem Tov le contó a Reb Baruj sobre el caballo, y de inmediato este llamó a sus sirvientes y les preguntó si había algún caballo que ya no fuera útil para trabajar en el campo. Los sirvientes respondieron que había uno, y Reb Baruj ordenó que se lo regalaran al pobre. El Baal Shem Tov se alegró mucho por el regalo. Dado que él y su esposa estaban muy cansados por el largo viaje, en el que caminaron más de lo que viajaron en la carreta, decidieron quedarse a descansar allí hasta después de Shabat.

El Baal Shem Tov pidió a Reb Baruj que les asignara un cuarto privado donde pudieran dormir él y su esposa, pero Reb Baruj le respondió que no podía cumplir con esa petición, ya que tenía la regla de no dar un cuarto privado a quienes no sabía con certeza que eran marido y mujer. El Baal Shem Tov aceptó la decisión con agrado y se quedó allí. En ese tiempo, el Baal Shem Tov mantenía un perfil muy discreto, y no se notaba en él ninguna señal de importancia; era tratado como cualquier otro pobre.

En la noche posterior al Shabat, cuando Reb Baruj se recostó a dormir, de repente vio una luz brillante que entraba por la ventana, lo que lo dejó sorprendido. Se acercó a la ventana y observó que desde una de las habitaciones de los pobres emanaba una gran luz. Reb Baruj se asustó, pensando que tal vez se trataba de un incendio, así que rápidamente se vistió y fue apresuradamente a investigar de dónde provenía esa luz. Se acercó silenciosamente a la puerta de aquella habitación y, al mirar a través del ojo de la cerradura, vio que era el pobre a quien le había regalado el caballo. Este estaba sentado en el suelo, recitando con gran temblor el Tikun Jatzot (una oración nocturna), y en ese momento estaba en el versículo: “¿Por qué nos olvidarías para siempre? ¿Por qué nos abandonarías por tanto tiempo?”, con las manos extendidas hacia arriba, y su rostro brillaba intensamente. De sus ojos brotaban lágrimas, y junto a él había un hombre alto, de larga barba y vestido de blanco, cuyo rostro también brillaba con gran intensidad.

El miedo y el asombro invadieron a Reb Baruj al presenciar esta visión, tanto que no pudo mantenerse en pie y cayó al suelo desmayado. Al oír el Baal Shem Tov el ruido de la caída, corrió hacia la puerta, la abrió y vio a Reb Baruj desmayado en el suelo. Comenzó a frotarlo hasta que lo reanimó y lo llevó a descansar en otra habitación. En ese momento, Reb Baruj comprendió que el pobre no era una persona común y comenzó a pedirle perdón por no haberle concedido una habitación privada. Se arrojó a sus pies y lloró amargamente. El Baal Shem Tov lo levantó y le ordenó que guardara silencio y no revelara lo que había visto en el transcurso de su vida. Luego lo bendijo, diciéndole que tendría un hijo que sería un gran tzadik (justo), y le advirtió que su esposa no debía continuar comportándose como hasta ahora, pues había contratado a una nodriza para amamantar a sus hijos. Le indicó que, cuando naciera este hijo, debía ser ella quien lo amamantara. Reb Baruj respondió: “Amén, así sea la voluntad de Dios”.

Entonces, Reb Baruj, con gran humildad, le preguntó al Baal Shem Tov: “Perdóneme, pero me atrevo a hacerle una pregunta: ¿quién es el anciano de la barba blanca que también estaba en esa habitación?” El Baal Shem Tov respondió: “Ya que has tenido el mérito de verlo, te revelaré el secreto: se trata del alma del gran tzadik, el Maharal de Praga, de cuya descendencia provienes. Ahora ha llegado el momento en que su alma debe volver a este mundo para realizar correcciones grandes y poderosas. Has tenido el mérito de que esta alma santa se reencarnará en el hijo que tendrás. Por lo tanto, debes llamarlo ‘Leib'”. Luego, el Baal Shem Tov añadió: “Estoy seguro de que veré a tu hijo cuando nazca, y lo bendeciré”.

Reb Baruj no pudo contenerse y lloró de alegría, pues hasta ese momento no había tenido un hijo. Después, le dijo al Baal Shem Tov: “¡Rabino justo! Me atrevo a hacerle otra pregunta, y por favor no se enoje conmigo. Anhelo saber cuál es su nombre y dónde vive, y le ruego que nunca más tenga que vivir con dificultades y que yo pueda suplir todas sus necesidades de ahora en adelante”. El Baal Shem Tov le respondió: “No preguntes ni busques saber esto, pues aún no ha llegado el momento de que me dé a conocer al mundo”.

Y le dijo además: “Debes saber que el hijo que nacerá de ti no se hará conocido de inmediato en el mundo, y antes de que se haga famoso, vivirá una vida de sufrimiento. Solo después su justicia brillará como la luz del sol. No me hagas más preguntas y no reveles a nadie lo que has visto ni lo que has hablado conmigo. Tampoco me honres frente a ninguna persona, solo compórtate conmigo como con cualquier otro pobre. Mañana me marcho de aquí”.

Reb Baruj regresó a su casa, y al día siguiente, el Baal Shem Tov se fue con su carreta, tirada por el nuevo caballo que le había dado Reb Baruj, sin que nadie supiera lo que había sucedido aquella noche, excepto Reb Baruj, quien registró todo el asunto en su libro de memorias.

La bendición del Baal Shem Tov se cumplió: la esposa de Reb Baruj quedó embarazada y dio a luz un hijo. La alegría en su hogar fue inmensa por la gran salvación de tener un hijo varón. Reb Baruj ordenó anunciar en todas las ciudades cercanas que invitaba a todos los pobres a la brit milá (circuncisión). Dado que “tu amigo tiene un amigo”, la noticia se difundió por todas partes, y muchos pobres, junto con sus esposas e hijos, acudieron a la brit. Reb Baruj les dio hospedaje y mucha comida.

Llegó el día de la brit milá, y los cientos de personas que estaban allí se alegraron mucho, pues todos querían a Reb Baruj. Sin embargo, en Reb Baruj se notaba cierta ansiedad, ya que deseaba volver a ver al tzadik oculto que lo había bendecido con este hijo. Por lo tanto, caminaba entre los pobres, esperando encontrarlo de nuevo, y su suposición fue correcta, ya que el Baal Shem Tov también estaba entre los pobres, con su bastón y mochila. Cuando Reb Baruj lo vio, corrió hacia él y lo saludó con gran alegría, pero el Baal Shem Tov le hizo una señal para que guardara silencio y le dijo: “Cuídate mucho de no hablar conmigo ni de mostrarme ningún honor. Trátame como a cualquier otro pobre”. Reb Baruj tuvo que quedarse callado.

Después de la oración, se llevó a cabo la brit milá y se llamó al niño Arie Leib. En ese momento, la costumbre era que cuando el portador del bebé regresaba con él después de la brit milá, lo seguía el padre del niño. Cualquier persona que pasara frente al portador del bebé ponía su mano sobre la cabeza del niño y lo bendecía a él y a su padre. Como Reb Baruj sabía que entre los pobres estaba el tzadik oculto, ordenó al portador del bebé que también pasara entre los pobres, para que lo bendijeran, especialmente para que lo bendijera aquel tzadik.

Cuando el portador del bebé llegó al Baal Shem Tov, también él puso sus manos sobre la cabeza del niño y dijo con alegría y en voz alta: “Yo soy un ignorante y no sé bendecir en hebreo, pero recuerdo lo que mi padre me enseñó cuando tenía cinco años, en el versículo: ‘Y Abraham era anciano’, me explicó que ‘Ab’ significa ‘padre’ y ‘Zaken’ significa ‘abuelo’ o anciano. El significado de ‘Abraham anciano’ es que nuestro padre Abraham se convirtió en nuestro abuelo. Por eso, bendigo a este niño para que sea un abuelo para todo Israel, como lo fue nuestro padre Abraham”.

La multitud estalló en risas al escuchar esta interpretación del versículo “Y Abraham era anciano” y la bendición del pobre para el niño. Inmediatamente, este nombre se extendió entre los presentes, y comenzaron a llamar al niño en tono humorístico “Zeide” (abuelo). El nombre fue muy apreciado por todos los que lo escucharon. Y cuando alguien preguntaba a Reb Baruj o a la madre del niño cómo estaba el bebé, lo hacían diciendo: “¿Cómo está su abuelo?”. Incluso los padres del niño comenzaron a llamarlo “nuestro pequeño Zeide”. Este apodo se mantuvo para toda su vida, y aunque más tarde se convirtió en un gran tzadik de su generación, conocido por hacer grandes milagros y salvar al pueblo de muchos decretos malos, siempre lo llamaron Zeide, “el santo abuelo de Shpole”, conocido como Shpoler Zeide, bendita sea su memoria.

Este relato extraordinario conecta al Baal Shem Tov y al Maharal, ya que tienen un vínculo especial entre ellos: el Maharal falleció el 18 de Elul, mientras que tanto el Baal Shem Tov como el Alter Rebe nacieron en ese mismo día. De hecho, se puede entender el fallecimiento del Maharal como una elevación previa a un descenso: el alma del Maharal asciende y, gracias a esa elevación, descienden al mundo las almas del Baal Shem Tov y del Alter Rebe, en el misterio de “un espíritu trae otro espíritu y continúa el espíritu”. ¿Qué podemos aprender de esta historia?

Comencemos con la bendición especial del Baal Shem Tov para el recién circuncidado: la expresión “Y Abraham era anciano” tiene el mismo valor numérico (guematria) que “Tohu” (caos). Esto es especialmente adecuado para la figura del Zeide de Shpoli, que era una figura mesiánica de “las luces de Tohu en los recipientes de Tikun” (rectificación). También el Maharal de Praga, cuya figura y enseñanzas anticiparon el jasidismo en muchos aspectos y lo inspiraron, fue una figura de este tipo. Como es sabido, el Maharal se dedicó a la creación del Golem, una especie de “Mesías de Tohu”, una figura milagrosa y poderosa que no hablaba pero que imponía su voluntad sobre la realidad por la fuerza. Como una versión mesiánica más refinada, el fallecimiento del Maharal dio lugar al jasidismo: una forma de mesianismo que canaliza la pasión y el deseo de redención mediante los medios de la palabra, la Torá y el amor. (No en vano, el 18 de Elul tiene el mismo valor numérico que “Pe” – boca, lo que simboliza que ambos nacimientos se relacionan con el concepto de “hablaré boca a boca con él”).

Es interesante notar que la historia del nacimiento del Zeide de Shpoli es algo similar a la del Baal Shem Tov: un judío que practica la hospitalidad descubre que su huésped es un tzadik oculto, y recibe la bendición de que nacerá un hijo especial. El padre del Baal Shem Tov llevaba el nombre de Eliezer, el siervo de Abraham, quien, al igual que el Maharal y el Zeide de Shpoli, también representa una figura de “las luces de Tohu en los recipientes de Tikun”: originalmente era descendiente de Jam, y por ello fue llamado “maldito” (una referencia al mundo de Tohu que se rompió), pero finalmente fue elevado y llamado “Bendito sea el Señor”, al dedicarse a la misión de Abraham, el anfitrión. En los escritos del Arizal incluso se menciona que su alma es el alma del Mesías.

La unión entre Tohu y Tikun nos lleva a otro tema importante: la colaboración entre el Baal Shem Tov y su esposa, y entre Reb Baruj y su esposa. La relación entre una pareja es una característica clave de los “recipientes de Tikun”, ya que Tohu no puede contener ni considerar al otro. De hecho, en los escritos del Arizal se menciona que Hadar, el octavo rey en la lista de los reyes que “reinaron antes de que reinara un rey sobre los hijos de Israel”, representa el mundo de Tikun después de los siete reyes de Tohu: es el único que no murió y el único del cual se nos cuenta que estaba casado. Esto también está relacionado con la mudez del Golem y con el concepto de la boca con el que comenzamos: la mujer, que representa la Maljut (realeza), se asocia con la boca (guematria de 18 de Elul), y la capacidad de hablar y comunicarse con el otro es lo que permite reinar verdaderamente: descender a la realidad y guiarla sin romperse en el proceso.