HISTORIAS JASÍDICAS
¿CUÁL ELIGES TÚ?
Rabí Shlomo Dovid Iehoshua Weinberg, Hashem Ikom Damó, el cuarto Rebe de la dinastía jasídica Slonim, nació en 5674 (1914) siendo hijo de Rabí Avraham Weinberg de Slonim. Fue elegido como Rebe a la edad de 21 años, tras el repentino fallecimiento de su padre el 1 de Iyar de 5693 (1933). Se casó con Sima, la hija de Rabí Itzjak Menajem Mendel de Alexander, el 6 de Adar de 5694 (1934). Él y su esposa vivieron con su suegro durante unos dos años, después de los cuales regresó a su ciudad, Baranovitch. Estaba muy involucrado en los asuntos comunales y, a pesar de su corta edad, era muy respetado. Era conocido por su humildad, sabiduría, diligencia y sus nigunim (melodías jasídicas).
Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, sus jasidim en la Tierra de Israel y en los Estados Unidos le rogaron que escapara a Vilna, pero el Rebe se negó a dejar a sus jasidim y fue deportado al gueto de Baranovitch. Allí, continuó cuidando de todos los necesitados, y ejerciendo como un Rebe en todos los sentidos con autosacrificio, hasta que fue asesinado el 6 de Jeshván junto con otros ocho judíos. Mientras los conducían, les dijo a los judíos que estaban con él: “Se trae en el Midrash que el Santo Bendito Es tiñe Sus vestimentas con la sangre de los asesinados para santificación de Su Nombre, y en el Día del Juicio, Él usa esa vestimenta. ¿Qué podría ser más importante que estar inscrito en el manto del Santo Bendito Es?”
El camino sagrado del Rebe Shlomo era acercar a aquellos que se alejaban de la Torá, mientras que a sus allegados y seres queridos, les exigía mucha piedad y esfuerzo.
Una vez, este joven estaba dentro de la habitación del Rebe, y los estudiantes de la ieshivá que estaban afuera le escucharon discutir con el Rebe: “¡No somos nosotros el pueblo elegido! Entonces, ¿por qué es que cuando camino por la calle, un no judío se me acerca, me da una bofetada y me llama Zhid?” El Rebe, de bendita memoria, le respondió: “¡Quieres olvidar que eres judío! Es por eso que este no judío viene y te recuerda que eres judío…”
El joven desafió aún más: “¿Por qué quemaron rollos de la Torá en Alemania?” (Esto fue antes del Holocausto). El Rebe le respondió: “Porque los judíos no cumplieron con la Torá. Después de todo, ¿qué es esencialmente un rollo de la Torá? Tomamos piel de animal y escribimos letras en ella con tinta. No querían cumplir lo que está escrito en el rollo, por lo que los pergaminos se quemaron y las letras volaron por los aires”.
El Rebe Shlomo entonces le pidió a Itzele que fuera todas las noches después del trabajo a la shtiebel [pequeña sinagoga] para aprender algo de Mishná y cosas por el estilo. Itzele preguntó: “¿Qué voy a ganar con esto?” El Rebe Shlomo respondió: “Está escrito: ‘Dios contará cuando Él escriba en el registro de los pueblos’.[1] El significado de este versículo es que, en el idioma de las naciones, escriben de izquierda a derecha. Cuando vas a trabajar durante el día, no es ni una buena acción (mitzvá) ni una transgresión (aveirá). Entonces, para todo lo que haces, en el Cielo registran un cero y luego otro, y por cada momento se registra un cero, hasta que se acumulan muchos ceros en el registro. Pero al final del día, cuando vas al cine o al teatro, entonces agregan al final de todos los ceros, en el lado izquierdo, un número 1, por una transgresión, y ahora todo lo que hiciste todo el día se convierte en un millón de transgresiones. Pero si al final del día vienes a la sinagoga, entonces escribirán al final, en el lado izquierdo, el número 1 por esta mitzvá que has realizado, y todos los ceros se convertirán en un millón de buenas obras”.
Podemos contemplar esta historia desde varios ángulos. Pero podemos obtener el mayor beneficio de ello si nos paramos en la habitación junto a Itzele, el joven que ha perdido su camino, y escuchamos tanto la reprimenda como la esperanza que el Rebe le da. En esencia, el Rebe le está diciendo: no eres más que un cero porque tus acciones carecen de sentido en sí mismas, y todas giran en torno a un eje que no es ni una acción positiva ni una transgresión. Eres una persona promedio. Pero la forma de salir de esto, en cualquier dirección, es que una acción tenga el poder de influir en todo el sistema y darle un verdadero sentido.
También nosotros, cada uno desde su lugar, conocemos y reconocemos bien la casi falta de sentido que caracteriza la mayor parte de nuestro tiempo. Y no solo nuestras acciones. Incluso en nuestro entendimiento de la Torá, a menudo nos convertimos en un cero y no entendemos nada. Además, si profundizamos un poco más, ¿no es el propósito del hombre refinar sus rasgos de carácter, como escribió explícitamente Rabia Saadia Gaon? Si es así, si nuestros siete atributos emocionales (desde bondad hasta reinado) permanecen como están, no equivalen a más de siete ceros. Pero un entendimiento en Torá, o una Mishná aprendida correctamente, puede estar al lado de los siete ceros y convertirlos en diez millones. Del mismo modo, en guematria, “uno” (אחד), cuyo valor numérico es 13, más siete veces “cero” (אפס), cuyo valor numérico es 141, juntos suman 1000, el secreto de las mil luces dadas a Moisés en el Sinaí. 1000 es también el secreto de las interpretaciones novedosas que “un estudiante dedicado” (תלמיד ותיק), cuyo valor es 1000, está destinado a innovar, refiriéndose nada menos que a “Israel Baal Shem Tov” (ישראל בעל שם טוב), cuyo valor numérico también es 1000.
Una vez, en un kidush después de la oración, el joven rebe le pidió al santo Rabi Yudel Kozloychner, un discípulo del Iesod HaAvodá, que le contara una historia. Por respeto al Rebe, Rabí Yudel no quería hablar en absoluto, por lo que el joven Rebe comenzó a hablar él mismo.
Relató cómo el gran erudito que inventó el juego de ajedrez una vez llevó el nuevo juego ante el rey, quien quedó muy impresionado por él. El rey le preguntó: “¿Qué regalo quieres de mí para esto?” El erudito le dijo: “Como el tablero de ajedrez tiene 64 casillas, le pido al rey que me dé un grano de trigo para la primera casilla, y luego lo doble para la segunda, luego lo doble nuevamente para la tercera, y así sucesivamente hasta la casilla 64”. El rey se río de él y ordenó que le trajeran un manojo de trigo, pensando que terminaría con él con un kilo de trigo. Puso un grano en el primer cuadrado, dos en el segundo, cuatro en el tercero, ocho en el cuarto, dieciséis en el quinto, hasta que en el último cuadrado llegó a un número de 24 dígitos, miles de millones de veces, y comprendió que no hay suficientes granos de trigo en todo el mundo para dar al erudito.
El joven Rebe explicó, y concluyó: “Esto es lo que está escrito: ‘Si me abandonas por un día, yo te abandonaré por dos días’. Cuando una persona se debilita un día en su servicio al Todopoderoso, si se debilita al día siguiente, se contará como dos días, y luego cuatro, y luego ocho, y así sucesivamente, hasta que crezca a muchos días”.
Cuando Rabí Yudel escuchó esto, comenzó a llorar en voz alta, y temieron que, Dios no lo quiera, afectara su salud. Pero el Rebe, con su sabiduría, le calmó y dijo: “Los sabios de bendita memoria dijeron que la medida de la recompensa es mayor que la medida del castigo, y cuando un judío regresa a Dios y a Su servicio, se acerca mucho más rápido, mucho más allá de lo lejos que se había distanciado”. Y Rabí Yudel se apaciguó.
Al igual que en la historia anterior, el Rebe revela su afinidad por los juegos numéricos que se convierten en lecciones sobre cómo servir a Dios. Al igual que en la historia anterior, muestra cómo algo pequeño se vuelve grande y significativo. Aquí, enseña cómo el concepto del crecimiento exponencial, que se encuentra en el núcleo de una reacción nuclear en cadena, o el crecimiento de un organismo vivo a partir de una sola célula – figura en nuestro servicio a Dios.
Al emplear esta parábola y dejar en claro que “la medida buena y benéfica es mayor”, es seguro que la propia comprensión del Creador por parte del Rebe Shlomo creció de esta manera cada día. Sin embargo, no dejaba de sentirse como un “cero” y se animó a sí mismo a que incluso el progreso más pequeño atraviesa la brecha infinita entre el cero y el uno.
En la noche de Simjat Torá, el Rebe y sus jasidim cantaban melodías especiales y canciones alegres en ruso y polaco. Por último, dijo: “Todavía no hemos empezado a hacer nada. Las Altas Festividades han terminado y ni siquiera hemos empezado a lograr nada”. Y se amargó mucho. Dijo: “En verdad, no hemos hecho nada. Pero ahora comencemos con el alef-beit (las primeras letras del alfabeto hebreo)”. Y comenzó a cantar la melodía alef-beit. Sus jasidim también estaban muy amargados porque todas las festividades habían pasado, y ahora volvían a los días de semana, al duro invierno y a la rutina diaria de pobreza y dificultades, y la atmósfera era muy tensa.
Entonces el Rebe Shlomo dijo con estas palabras: “En cualquier situación y lugar donde un judío se encuentre, si entrega algún deseo a Dios o rompe algún anhelo, ¡entonces es un día de festividad!” Y con esto, revivió y sostuvo al mundo, enseñando que uno puede convertir cada día en un día de festividad.
[1] Salmos 87:6