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TORAT HANEFESH (Psicología Jasídica)
REDUCE TU EGO, NO LO APAGUES
Contenido del articulo
El Jasidut enseña que, en lugar de intentar eliminar el ego (bitul), debemos disminuirlo a través de la humildad (shiflut). La humildad implica reconocer nuestra pequeñez frente a Dios, lo cual nos libera de la autoexaltación y fomenta un estado de gratitud y alegría. Mientras la anulación del ego puede ser inalcanzable y estar llena de trampas como el autoengaño o la depresión, la humildad nos permite avanzar espiritualmente de manera más realista, aceptando nuestras imperfecciones. Este camino promueve una conexión sincera con Dios y un enfoque más puro en nuestra misión personal.
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TÉCNICA INFALIBRE PARA…
Cierra los ojos. Más apretados. Concéntrate, borra todos los pensamientos. Ahora di tres veces con gran intención: “¡No hay un yo! ¡No hay un yo! ¡No hay un yo!” Ahora abre los ojos, y… ¡Felicidades, has perdido tu ego! Muy pronto verás que la vida sin ego es mucho más feliz y menos estresante y te enviarán una factura que incluye un doble regalo: una camiseta con la inscripción “¡Estoy iluminado!”, y un pin en la solapa que dice “Pierde tu ego ahora, pregúntame cómo”.
Perdona, ¿cómo dijiste? Oh, ¿aún no has perdido tu ego? ¿Sigue estando…? Ya veo. Bueno, a veces ocurren este tipo de accidentes, probablemente no estabas lo suficientemente concentrado. No te preocupes. Empecemos por el principio (no te preocupes, tu tarjeta de crédito se cargará automáticamente): Cierra los ojos. Más apretados…
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Anular el ego es un asunto complicado. Comienza con una idea significativa: que nuestro “yo” egocéntrico, competitivo y auto engrandecido es la fuente de todos nuestros rasgos negativos y, en consecuencia, es la razón oculta de nuestra tristeza y sufrimiento. A raíz de esta percepción, surge el deseo de eliminar el ego, de fusionarse con algo cada vez más elevado; pero cuanto más lo intentas más complicado se vuelve y a menudo parece que el mismo intento solo nos aleja de nuestro objetivo, ya que irónicamente, todos los intentos de deshacerse del ego se centran en el ego.
De acuerdo con Jasidut, la anulación del yo (bitul atzmi) es de hecho un nivel elevado e importante (aunque, como pronto veremos, se define de manera algo diferente a lo que la mayoría de la gente se encuentra familiarizada). Pero Jasidut reconoce que hay una trampa inherente al tratar de lograrlo directamente. Por esta razón, se presenta una etapa intermedia, más realista y accesible en el camino hacia la anulación. Se llama humildad (shiflut), y su esencia no es la anulación del ego, sino su disminución, es decir, adquirir la experiencia de ser pequeño y distante de nuestro Creador. La humildad es el estado que se experimenta cuando el ego se usa de la manera correcta y con él, uno puede eventualmente alcanzar con la ayuda de Dios, un estado de verdadero desinterés.
¿Cómo se dice “ego” en hebreo?
Pero demos un paso atrás y empecemos por el principio. Para entender correctamente un tema desde una perspectiva judía, primero debemos concentrarnos en su palabra hebrea precisa. La palabra “ego” es la traducción latina de “yo”, y no está directamente relacionado con el idioma hebreo, aunque se parece mucho a la palabra hebrea para “orgullo” (גאוה, gaavá) y cuando ego se escribe con el artículo definido, el ego, האגו, haego, es literalmente una permutación de “orgullo”.
Jasidut usa otro término para referirse a un sentimiento inflado de uno mismo: ieshut (ישות). Ieshut deriva de la palabra iesh, que significa “hay” o “existencia”, y connota la experiencia de ser “algo en sí mismo” (יש ודבר נפרד, jesh vedabar nifrad, “una existencia y una cosa separada”), un sentimiento de que somos un ser distinto, independiente y autosuficiente.
Por lo tanto, en la terminología jasídica anular el ego es realmente lo mismo que anular el ieshut. ¿Qué es lo opuesto a ieshut? Es “no-ser” o ain: la experiencia (o, mejor dicho, la ausencia de una experiencia) de que no somos una entidad independiente de nosotros mismos, sino más bien parte de Dios, anulado a Él. Es sumamente bello el hecho de que la palabra hebrea ain (אַיִן, nada) se compone de las mismas letras que “yo” (ani, אני). Esto sugiere que la rectificación última del yo es un estado de no-ser o nada.
Según el Jasidut Moshé encarna la autoanulación más que nadie. Se dedicó por completo a su misión de guiar al pueblo de Israel negando su deseo personal y sin atribuirse ningún mérito por todos sus grandes logros, nada menos que la liberación de los israelitas de Egipto, la división del Mar Rojo, traer la Torá, la construcción del Tabernáculo, etcétera.
Es importante explicar que la autoanulación no significa la eliminación de nuestra personalidad. No se trata de borrar lo que somos. Lo que sucede en la anulación es que nuestra conciencia se desvía de enfocarse en nosotros mismos y en su lugar se enfoca en Dios, hasta que esencialmente nos “perdemos” en Él.
Por ejemplo, Moshé no se atribuyó el mérito de todos sus exitosos logros, sino que se los atribuyó todos a Dios. De hecho, la autoanulación no sólo no borra nuestro sentido individual y único del yo, sino que permite que se exprese más claramente: a medida que dejamos de tratar directamente con nosotros, nuestra personalidad se despoja del engorroso ropaje de nuestra propia imagen y es capaz de expresarse más libremente. Al liberarnos de la necesidad de centrarnos en nuestra reputación, por así decirlo, liberamos nuestra energía para centrarnos en hacer más.
Las trampas de la anulación
Aunque hay varios grados y etapas en la anulación del ego, representa un nivel muy alto que una persona ordinaria no puede alcanzar directamente por sus propios esfuerzos. ¿Quién puede ser como Moshé?
Además, el camino acia la anulación está plagado de escollos que impiden su logro. Una trampa es la decepción aplastante después de repetidos fracasos por anular el ego, lo que puede conducir a la depresión e incluso al odio hacia uno mismo. No es de extrañar: si nos fijamos una meta imposible y nos convencemos de que, si no la logramos, somos unos egoístas imperfectos, cuando fracasamos acabamos odiándonos a nosotros mismos (ciertamente hay lugar para el arrepentimiento por la terquedad de nuestro ego, pero odiarnos por su mera existencia es injusto y destructivo).
Una segunda trampa, derivada de la primera, es la conclusión de que es imposible anular el ego y, por lo tanto, no tiene sentido intentarlo. Esta conclusión refuerza la creencia de que debemos aceptar plenamente el ego tal como es y, en cambio, invertir en mimarlo, amarlo y justificarlo. El resultado final es un empoderamiento del ego en lugar de su anulación.
Por último, está la peor trampa de todas: caer en la ilusión de que ya hemos anulado el ego. Esforzarse en la anulación crea una fuerte expectativa de que se realice, lo que a su vez presenta una tremenda tentación de interpretar varios logros y experiencias, así como los cumplidos que recibimos, como señales de que “Oye, mírame: No tengo ego”. Caer en esta dulce ilusión es, por supuesto, lo que más infla el ego…
Debido a todas estas razones, Jasidut delinea una meta previa para la rectificación espiritual, que está relacionada con la anulación, pero nos salva de las trampas enumeradas: la humildad o bajeza, que es la forma en que comenzamos nuestro periplo actual hacia el ego.
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre anulación y bajeza?
Primero, en un estado de bajeza, tenemos un ego. Está ahí, lo sentimos, y no hay ninguna pretensión de habernos librado de él, o de poder hacerlo fácilmente. Pero el ego está en un estado disminuido. La experiencia de la bajeza, como su nombre indica, es la de estar en un lugar más bajo en comparación con algo más alto. ¿Qué es este lugar más alto en comparación con el que nos sentimos bajos? Bueno, la humildad es el reconocimiento de que tenemos un alma divina que Dios nos ha confiado, que nos fue dada por una razón elevada, que tenemos un propósito exaltado que cumplir, ¡y cuán lejos estamos de lograr todo esto! En otras palabras, la bajeza es el reconocimiento de cuánto no nos hemos anulado a nosotros mismos.
En segundo lugar, la humildad no es lo opuesto al egocéntrico Ieshut. No es un estado de nada o de no-ser. Más bien, es lo opuesto al orgullo, es decir, la arrogancia y la autoexaltación. Es la sensación de que somos y estamos bajos comparados con algo que está por encima de nosotros. De hecho, la raíz hebrea de humildad (שפל) y la palabra hebrea para orgullo (גאות) también significan “marea baja” y “marea alta”, respectivamente. Sorprendentemente, tienen el mismo valor numérico, lo que sugiere que son proporcionales entre sí: cuanto más orgullosos somos, más humildes debemos ser para rectificarnos. Cuanto más sentimos que la oleada de orgullo se eleva en nosotros, más necesitamos contrarrestarla con humildad, recordándonos que nuestros logros no son realmente nuestros, pero que nuestros fracasos ciertamente lo son.
La humildad reconoce que, en relación con la naturaleza infinita de Dios, siempre estamos infinitamente distantes y, por lo tanto, no importa cuánto hayamos hecho, logrado o acumulado, siempre estamos al mismo nivel que todos los demás y no tenemos derecho a engrandecernos.
Así como la auto-anulación es encarnada por Moshé, así también la humildad es encarnada por otra importante figura bíblica: el rey David. David fue quizás el guerrero más grande de la Biblia, quien conquistó Jerusalén y estableció allí su trono, y de quien se escribieron canciones de alabanza incluso antes de que cumpliera los treinta años. Sin embargo, todo esto no le impidió sentir que no era más noble que los sirvientes y doncellas más sencillos, y durante el transporte del Arca de la Alianza de regreso a Jerusalén, “saltó y bailó” con ellos como un hombre del pueblo.
Cuando su esposa Mijal, hija del rey Shaúl, le reprochó esto, su respuesta fue: “Soy aún más indigno que esto y soy bajo a mis propios ojos”.[1] Aunque el término “bajeza” en este sentido positivo se menciona varias veces en la Biblia, este es el único caso en el que alguien es llamado específicamente por este título. Por lo tanto, David es un símbolo de humildad.
El término “bajeza” puede sonar negativo. De hecho, existe un tipo de bajeza negativa, que se expresa en depresión, odio hacia uno mismo y complejos de culpa. Pero esta bajeza es en realidad orgullo disfrazado: se deriva de vivir a la sombra de una autoimagen inflada, y luego no ser capaces de tolerarnos a nosotros mismos cuando no cumplimos con el ideal perfecto que nos exige. Nuestro orgullo genera una falsa bajeza con el fin de extraer cumplidos de las personas que nos rodean, o para que sirva de excusa para caer en la depresión cuando no logramos alcanzar nuestras metas.
La verdadera bajeza no consiste en vivir bajo la ilusión de que somos perfectos, sino más bien en todo lo contrario: una experiencia lúcida de nuestra imperfección. Naturalmente, el que es verdaderamente humilde no cae en la desesperación cuando descubre que no alcanza la perfección; en primer lugar, nunca esperó ser perfecto. Esto se relaciona también con la trampa que analizamos anteriormente con respecto a la auto-anulación y la decepción de descubrir que todavía tenemos un ego. A diferencia de aquellos que se esfuerzan por la anulación, aquellos que se esfuerzan por la humildad son inmunes a esta decepción, ya que nunca afirmaron haber perdido su ego. En el peor de los casos, simplemente descubren que no son lo suficientemente humildes, ¡y este entendimiento solo fortalece su humildad!
Otra diferencia entre la bajeza negativa y la positiva es que, mientras que la falsa bajeza va acompañada de un sentimiento de que Dios está decepcionado con nosotros o incluso nos odia, la verdadera bajeza va de la mano con el sentimiento de que Él nos ama y está presente con nosotros aquí y ahora en nuestro verdadero estado. En otras palabras, cuando la verdadera humildad está presente, somos agudamente conscientes de la compasión de Dios por nosotros, de Su fe en nosotros. No se trata de un tipo de compasión condescendiente, sino amable y acogedora, como la de un padre que ama a su hijo tal como es y le sigue dando más y más oportunidades.
Es cierto que Dios siempre espera que seamos mejores de lo que somos y que corrijamos nuestros defectos, pero, por otro lado, a Él no le gustan las mentiras ni el engaño, ni siquiera el autoengaño. Por lo tanto, cada vez que admitimos honestamente nuestra verdadera bajeza, Él nos recibe con placer.
Humildad y alegría
De todo esto se desprende que, aunque hay un elemento de tristeza que acompaña a la humildad, hay un elemento mucho más fuerte de alegría: la alegría en nuestra liberación de la carga de una imagen propia inflada. Al reconocer que somos bajos y estamos muy lejos de cumplir nuestro propósito en la vida, alcanzamos una ligereza y una libertad de voluntad que nos empuja a esforzarnos por más. Nos permite ser felices con nuestra suerte (ya que no nos sentimos con derecho a algo más), y sentir que todo está aún por delante. Cuando estás en la parte inferior, solo puedes ir más alto.
De hecho, cuando estamos en un estado de humildad, no solo nos regocijamos en nuestra propia suerte, sino también en Dios. El que es humilde de espíritu sabe que todo lo que tiene en la vida es un don de la gracia de Dios. Por esta razón, está lleno de gratitud y alegría constante, ya que siente que, a pesar de su distancia de Dios, Dios está cerca de él y lo enriquece con su bondad. Este sentimiento se expresa en el versículo: “Y los humildes aumentarán su gozo en Dios…[2] El gozo de los humildes – es decir, los humildes de espíritu – está en Dios, Él es el objeto de su alegría. (Otra interpretación del versículo es que los humildes también añaden alegría a Dios, que disfruta de verlos abrir sus corazones a Él).
Aquel que se rebaja a sí mismo en el sentido positivo del que hemos hablado y disminuye progresivamente su ego ante sus propios ojos, puede un día, sin siquiera darse cuenta, también trascender verdaderamente su ego.
[1] 2 Samuel 6:22.
[2] Isaías 29:19
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