RABI SHALOM DOVER DE LUBAVITCH

Yaakov era un joven de uno de los pueblos de Rusia. Dedicaba su tiempo a la Torá y tenía mucho éxito en sus estudios. En ese mismo pueblo vivían varios jasidim de Lubavitch, que intentaban de vez en cuando convencer al talentoso muchacho de que fuera con ellos a [visitar a] su Rebe, Rabí Shalom Ber. Yaakov, que había crecido en un hogar de “Misnagdim” (opositores al jasidismo), se negaba. “No necesito un Rebe”, respondía, “e incluso cuando me surge una pregunta difícil en la Guemará, profundizo y llego a la solución por mis propias fuerzas”.

Sin embargo, tras muchas súplicas, Yaakov accedió y fue con ellos a Lubavitch. Llegaron justo antes de Shabat, y el ambiente cautivó a Yaakov, que sintió en ese Shabat una elevación espiritual que nunca había conocido. Al finalizar el Shabat, los jasidim fueron a despedirse del Rebe, como era costumbre, y también Yaakov preparó una nota personal y se dispuso a entrar a [ver al] Rebe.

Cuando entró, vio al Rebe sentado, absorto en un libro. El Rebe no levantó la vista para mirarlo. Yaakov se acercó con vacilación al escritorio del Rebe y dejó su nota sobre él. El Rebe continuó estudiando el libro como si no se hubiera dado cuenta de su presencia.

De repente, el Rebe se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación, hablando consigo mismo: “¡Es él! ¡No es él!… ¡Es él! ¡No es él!… ¡Es él!…”. Después de eso, el Rebe guardó silencio durante unos minutos, y luego, con un tono decidido y firme, sentenció: “¡No es él!”, y volvió a sentarse en su silla.

Yaakov salió de la habitación del Rebe avergonzado y confundido. No solo el Rebe no le había prestado atención, sino que las palabras crípticas que había oído no lo abandonaban, y todo el asunto seguía siendo un enigma para él.

Un día, llegó a manos de Yaakov un periódico en el que se presentaba un difícil acertijo matemático de parte de la Universidad de Petersburgo. Se prometía que quien resolviera correctamente el acertijo ganaría un premio considerable de 300 rublos. Yaakov, de mente aguda, vio en ello un desafío fascinante, se sumergió en el acertijo hasta que llegó a la solución y envió la respuesta a la dirección de la universidad.

Al cabo de un tiempo, recibió una carta de la Universidad de Petersburgo en la que le comunicaban que su respuesta correcta le había hecho ganar el premio. Adjunto a la carta había un billete de tren y una invitación para una reunión con el decano de la Facultad de Matemáticas.

Cuando Yaakov se presentó ante los representantes de la universidad, quedaron atónitos al ver frente a ellos a un joven judío con vestimenta tradicional. Rápidamente se dieron cuenta de su gran talento y, tras entregarle el premio, le ofrecieron quedarse en la universidad y estudiar matemáticas de forma gratuita. La oferta sedujo a Yaakov, y él aceptó.

Durante los primeros días de su estancia en Petersburgo, Yaakov continuó aferrado a su vestimenta y a su modo de vida, e incluso fijaba tiempos para el estudio de la Torá junto con su profundización en los estudios de matemáticas.

Sin embargo, a medida que avanzaba en sus estudios y su estatus académico y social se consolidaba, se fue distanciando de su judaísmo. Comenzó a desprenderse de sus símbolos externos y, gradualmente, dejó de estudiar Torá y de cumplir los preceptos. Al cabo de algunos años, le ofrecieron a Yaakov ser nombrado profesor titular de matemáticas en la universidad. Para conseguirlo, se le exigió que convirtiera su religión y, como estaba tan alejado de su judaísmo, aceptó. Posteriormente, se casó con una mujer no judía.

Con el paso del tiempo, la conciencia de Yaakov comenzó a atormentarlo y se arrepintió de sus actos, pero no era capaz de tomar una decisión práctica de cambiar. En aquella época, un no judío que se convertía [al judaísmo], e incluso un judío converso [a otra religión] que retornaba a su fe, se enfrentaba a la pena de muerte.

Yaakov salía a cazar a menudo, una actividad que le proporcionaba calma y le hacía olvidar por un corto tiempo los tormentos de su alma. En una ocasión, mientras cabalgaba, el caballo comenzó a galopar a una velocidad descomunal y Yaakov perdió el control. El caballo seguía galopando y desbocado, y Yaakov sintió que si no le ocurría un milagro, su vida llegaría a su fin. En ese mismo segundo, tomó la decisión en su corazón de retornar en completo arrepentimiento (teshuvá), y entonces, de forma milagrosa, el caballo frenó su galope y se detuvo por completo.

Fiel a su decisión, esa misma noche Yaakov recogió algo de dinero y un atado con sus pertenencias, dejó a su esposa no judía y partió hacia lo desconocido. Vagó de un lugar a otro, temeroso de cada persona y de cada susurro. Tenía claro que al regresar al judaísmo estaba arriesgando su vida y, aun así, estaba firme en su decisión. Llevaba una gorra (tipo kasket) sobre la cabeza, su barba comenzó a crecer y sus ropas se volvían cada vez más raídas.

Un día, mientras comía en una remota posada de caminos, irrumpieron varios policías. Revisaron los documentos de las personas que se alojaban en la posada y, al no encontrar documentos de identidad en posesión de Yaakov, lo arrestaron.

Fue llevado ante un duro investigador, que miraba alternativamente a él y a una fotografía que sostenía en su mano, en la que se veía a Yaakov cuando ejercía como profesor en la universidad: con el cabello engominado, perfectamente afeitado y bien vestido. El investigador parecía dudar y de repente se dijo a sí mismo: «¡Es él!». Un instante después, se retractó: «¡No es él!». Y así se repitió: «¡Es él! ¡No es él!…»

Finalmente, se acercó a Yaakov, le clavó una mirada penetrante y sentenció: «¡No es él!». Luego, ordenó a los policías que lo liberaran.

Yaakov salió libre, conmocionado. Recordaba muy bien dónde y de quién había escuchado exactamente ese mismo monólogo. Poco tiempo después, llegó a la corte del Rebe Rashab de Lubavitch y no se movió de allí.

Nuestra historia ilustra cuán esencial es el cambio que realiza un Baal Teshuvá (quien retorna al judaísmo): el profesor alienado desapareció, y en su lugar apareció un judío observante de la Torá y los preceptos, dispuesto a entregar su vida por su judaísmo. Como dicen las famosas palabras de Maimónides en las Leyes del Arrepentimiento: «Cambia su nombre, es decir: soy otro y no el mismo hombre que cometió aquellos actos».

¿Cómo se puede definir este cambio en términos de la Cabalá?

El sagrado Arizal habla de tres etapas en el desarrollo de la luz Divina: ‘Punto (Nekudá), Emanación (Sefirá) y Configuración o rostro (Partzuf)’, o ‘Punto, Línea (Kav) y Superficie (Shetaj)’.

Un no judío es como un punto: tiene existencia, pero no tiene una expansión de santidad. Como un punto sin dimensiones, la santidad en él no recibe lugar ni forma, sino que simplemente existe.

Un judío ya es como una emanación (Sefirá), porque posee un carácter único de santidad que no tienen los demás. Como una línea, ya tiene dirección y crecimiento —y la palabra Sefirá también alude a Sipur (historia) que vale la pena contar y Mispar (número) que vale la pena contar— pero todavía es unidimensional y carece de profundidad y complejidad.

Solo cuando el judío guarda la Torá y los preceptos y vive los 248 preceptos positivos y los 365 preceptos negativos, se convierte en una configuración (Partzuf) completa: una persona con estatura espiritual y una percepción multidimensional de la santidad en todas sus partes. No vive solo «su propia historia», sino que revela a Dios de una manera más plena y completa. Este es el cambio que atravesó Yaakov, quien hizo crecer de nuevo su cuerpo espiritual y se convirtió en otra persona.

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