El Baal Shem Tov dijo, y el Rebe Rashab interpreta que esa luz es la luz de la Torá. Aunque en forma revelada se ve que la Torá ilumina el mundo desde afuera, desde arriba, cuanto más logramos recibir los secretos de la Torá, comprendemos que la luz de la Torá está dentro del mundo mismo, por lo tanto, cuando sabemos dominar el secreto del hielo, también él se convierte en una vela brillante.
Sucesos como estos ya han sucedido siempre. Se cuenta de Rabi Janina ben Dosa que le dijo a su hija: “El que dijo al aceite que arda, dirá al vinagre y arderá”. Y, sin embargo, aquí las cosas son aún más agudas, porque el hielo frío es lo opuesto al fuego cálido.
El trabajo principal del Baal Shem Tov no está en las velas de hielo, incluso en los milagros que produce su principal objetivo es iluminar al Pueblo de Israel. A la estalactita de hielo le fue suficiente la orden del Baal Shem Tov para que se encienda con un simple fuego. Pero ¿qué tiene que pasar una persona para convertirse en una vela Divina? Se puede decir que este proceso recuerda mucho a la fotosíntesis en las especies vegetales: primero recibes luz de arriba, la luz de la Torá. Esta luz se absorbe en el alma humana y lo posibilita que se le revelen los secretos. Después de eso, con el poder del secreto que se le dio, la persona también puede iluminar su entorno.
Este proceso es lo que surge de las dos partes aparentemente contradictorias del verso: “Porque si en la Torá de Dios desean”, “y en Su Torá se esforzarán de día y de noche”. ¿La Torá es de Dios, o la Torá es del que la estudia? Y la respuesta ya se entiende, según las palabras de la Guemará: “Al principio eres llamado por el nombre del Todopoderoso, y finalmente eres llamado por su nombre”. Al principio, la luz ilumina a la persona oscura, y luego: la persona misma puede iluminar y calentar la oscuridad y el frío a su alrededor:
En nuestra historia se dice que Baal Shem Tov amaba la luz, y en otro lugar se afirma que siempre bendijo a los hijos de Israel para que fueran ‘judíos cálidos’. Y en nuestro libro “El Secreto de Dios para los que le temen”, en el capítulo “Sol Havaia”, que el sol tiene cuatro cualidades: luz, calor, curación y crecimiento (correspondiente a las cuatro letras del nombre de Dios). La luz y el calor moran juntos en el Baal Shem Tov, como “Dos compañeros que no se separan nunca”. Aunque en verdad en él se revelaron las cuatro cualidades. Después de todo él era un ‘Baal Shem’, un “Amo del Nombre” que se ocupó de la curación del cuerpo y del alma, y también fue un “sembrador de justicia que hace crecer la salvación” para la sociedad y para el individuo en todo momento, y una chispa de “un hombre que crece es su nombre (Tzemaj shemó) y debajo de él crecerán” (Zejariá 6:12).
Ya en la generación del Zemaj Tzedek, solo cuatro generaciones después, se siente la falta del Baal Shem Tov y de sus velas. Porque la vela ilumina y calienta, y el Rebe Tzemaj Tzedek tiene razón en que para los jasidim el día es oscuro y frío. La luz está en la mente en la cabeza, el conocimiento de Dios es claro y puro. Esos secretos de la Torá que iluminan la mente, calientan el corazón con sentimientos sagrados de amor y reverencia a Dios, bendito sea. También la reunión jasídica en cual el Zemaj Tzedek contó esta historia, es también una ocasión cuya función es despertar principalmente el calor del corazón de sus participantes.
Las palabras del Rebe Rashab vienen a endulzar la conclusión del Rebe Tzemaj Tzedek. En general, ningún tzadik se queja o critica a menos que tenga la intención de rectificar. El Rebe Rashab explica que la sensación de carencia aguda que siente su abuelo es lo que lo llevó a trabajar aún más duro para encender un fuego en el alma y elevar la luz en los hogares jasídicos.
Es posible meditar en la situación y concluir que efectivamente, el efecto del descenso de las generaciones estaba con los jasidim y su luz se iba agotando. Después de todo, el jasidismo, por su propia naturaleza, es el descubrimiento de los secretos interiores, y los que lo estudian se supone que son velas para iluminar cada generación, ¡Tal cual como la generación del Baal Shem Tov! ¿Por qué, entonces, no resultó así?
Pero también es posible mirar más profundamente y entender que si bien el paso de las generaciones es una decisión inherente a la naturaleza del mundo, el bien nunca se pierde, sino que encuentra otras formas de expresarse. En los días de Baal Shem Tov, cada estudiante era un hombre virtuoso. Incluso si no todos podían encender el hielo, todos podían iluminar y calentar en gran medida a quienes los rodeaban. Pero en las generaciones posteriores, la virtud de la luz pasó de lo individual a lo general. Este es el significado de la luz que brilla en las casas jasídicas: la misma luz que lograron algunos elegidos con su servicio, se convirtió en propiedad de toda la comunidad. Las casas jasídicas iluminan el amor y temor con una simpleza natural, y hay en esto una gran elevación en comparación con las generaciones pasadas.
Y otra regla que procuró el Rebe Tzemaj Tzedek: que dondequiera que estén puedan hacer brillar la luz de la Torá. Cuando la luz se debilita, el consejo es iluminar al prójimo. “Y de mis discípulos (aprendí) más que de todos los demás”, una luz que regresa se eleva desde el receptor y brilla sobre el influenciador, y vuelve de regreso. Una llama se une a la otra llama, cuando la fructifica y la multiplica diez veces. En particular, en la última generación, vemos cómo todo el ardor que se invirtió en el servicio de la plegaria en el pasado, ahora se utiliza como un motor imparable para llevar adelante la misión: hacer brillar la luz de la Torá en todas partes del mundo y en todos los confines de la tierra, literalmente.