La cabalá nos enseña que a todo nivel de la Creación, desde el reino perfecto de Atzilut (el mundo de pura “Emanación” Divina ) hasta el plano imperfecto de nuestra existencia terrenal, existen diez sefirot (“emanaciones” o poderes Divinos), con las cuales se construye la realidad. A cada una de estas sefirot se les da un nombre, que describe su rol específico en el modelado de la existencia.
Cada una de las sefirot posee dos dimensiones, una externa y otra interna. La dimensión exterior de cada una, es identificada con el rol “funcional” que juega en el proceso de la Creación; la dimensión interna, es identificada con la fuerza motivadora oculta que inspira su actividad. Aún más que su aspecto externo, la dimensión interior de las sefirot sólo puede ser apreciada dentro del contexto de su manifiestación en el alma judía. Dado la derivación Divina de nuestra alma, podemos entender que un análisis de sus propiedades y poderes esenciales, sirven como el vehículo ideal para adquirir comprensión acerca del ser de Di-s.
El jasidismo describe la fuerza inspiradora que hay detrás de cada sefira. Mientras que sus nombres cabalísticos sirven para expresar el efecto Divino que cada uno de esos poderes tienen sobre la Creación, sólo los términos que propone el jasidismo, revelan la dimensión interior de cada sefira.
Otra forma de explicar la diferencia entre la cabala y el jasidismo, es que la primera hace hincapié en los instrumentos o “recipientes” (kelim) de Creación, mientras que el jasidismo lo hace sobre las “luces” (orot) que llenan esos recipientes. Esta distinción es evidente incluso en sus nombres: la palabra cabala deriva de la raíz hebrea kabal: “algo que sirve como receptáculo o recipiente”, mientras que jasidismo, proviene de la raíz jesed, “bondad”, un atributo a menudo denominado simbólicamente como “la luz del día”.