En el pasado, los judíos tenían el privilegio de albergar a la Presencia de Dios en el Templo de Jerusalem. Lamentablemente hemos perdido ese privilegio y el Templo fue destruido dos veces, ambas en Tishá Beav, el noveno día del mes hebreo de Av –un día considerado como el punto más bajo del calendario hebreo. El Shabat que sigue al nueve de Av se conoce como el Shabat de Consuelo (שַׁבָּת נַחֲמוּ), cuando Dios nos consuela con las palabras, “Consuélense, consuélense, Mi pueblo.” Y el quince de Av, sólo seis días después, es uno de los dos días más alegres del año. ¿Cómo puede esperar que hagamos un rebote tan rápido desde el punto más bajo del año a uno de los días más alegres en tan corto período de tiempo?
Para entender la paradoja del luto y la alegría, necesitamos una historia jasídica…
El nuevo estudiante del Vidente de Lublín
Cuando Rabí Moshe Teitelbaum se familiarizó con el estilo de vida jasídica, le resultó difícil entender cómo los jasidim podían estar siempre tan alegres a pesar de que existe una ley explícita en el Shulján Aruj que indica que todo judío temeroso de Dios siempre debe llorar por la destrucción del Templo. Rabi Moshe decidió exponer su pregunta a rabi Iaacov Itzjak Haleví Horovitz, el Vidente de Lublin, reconocido por su capacidad para ver lejos y profundo en los recovecos del corazón de las personas y en su futuro.
Rabi Moshe se dirigió a Dios en oración antes de partir en su viaje al Vidente y le pidió que cuando llegue a la residencia del Vidente, el tzadik le conteste su pregunta. Tan pronto como Rabi Moshe entró en la habitación del Vidente, antes de que hubiera dicho palabra alguna, el Vidente le preguntó: “¿Por qué estás tan triste hoy? Es cierto que el Shulján Aruj establece que todo judío temeroso de Dios debe expresar tristeza… pero el Jovot Halevavot, como se conoce a Rabeinu Bejaie hijo de Iosef ibn Pekuda, afirma: ‘la alegría está en mi cara y el duelo dentro de mí.” Créeme, continuó el Vidente, yo también digo el Lamento de Medianoche (תִּקוּן חֲצוֹת, tikún jatzot) llorando de dolor. Sin embargo, lo hago con alegría. Esta es la manera en que fuimos enseñados por nuestro sagrado Rebe, Reb Shmelke de Nikolsburg, de la parábola de un rey que fue tomado cautivo a una tierra lejana y lo fue a visitar uno de sus más leales amigos. Cuando su amigo vio al rey en cautiverio lloró sin consuelo, sin embargo, se alegró por tener al rey residiendo con él. La moraleja es clara, nosotros también deberíamos alegrarnos de que la Presencia Divina mora con nosotros en el exilio”.
Cuando meditamos en esta parábola desde el punto de vista del Todopoderoso, descubrimos una verdad profunda, Él también tiene un gran dolor por descender a la cautividad del exilio, sin embargo, cuando ve que el Pueblo Judío es leal a sus caminos, y son felices por acoger a su Presencia, Él también se regocija con nosotros. ¿Dónde exactamente albergamos a la Presencia de Dios después de la destrucción del Templo? ¡En nuestros corazones! Los sabios explican que desde el día en que el Templo fue destruido, el Todopoderoso cuenta sólo con los cuatro codos de la halajá, que definen el espacio que pertenece a cada individuo. El espacio privado de cada judío puede, en cierto modo, albergar la Presencia Divina como lo hizo el Templo.
Así, tanto Dios como el pueblo judío son felices por fuera, incluso aunque lloren en las profundidades de su corazón. Este es uno de los secretos más profundos del Zohar, quien nos enseña que, “El llanto debe estar señalado en un lado del corazón y la alegría señalada en el otro.” Cuando revelamos nuestra alegría, el llanto y la tristeza están ocultos dentro nuestro, pero en momentos de profundo dolor, al igual que en Tishá Be Av y durante el Lamento de medianoche, nuestro dolor se vuelve evidente. Pero, incluso en ese momento, cuando lloramos sin control por la destrucción, hay un gozo escondido en el otro lado de nuestro corazón, la alegría de que el Rey de Reyes vive con nosotros en nuestro dolor.