Charlando con una amiga bat Noaj, me comentaba lo difícil y doloroso que es no poder reunirse con la familia para ocasiones como na’idad. En esos momentos, me acordé de lo complicado que fue hacer teshuvá, comenzar a cumplir la Torá y las mitzvot cuando el resto de la familia no lo hacía. Una de las cosas más difíciles fue dejar de ir a la casa de mi abuela para Shabat. Como niña, todos los viernes a la noche viajábamos a festejar el Shabat en la casa de mis abuelos, pero lo dejamos de hacer cuando comprendimos que en Shabat no se viaja. Con el tiempo aprendimos a reunirnos más en otros momentos y que las relaciones importantes no dependen de nada más que de las ganas que tengamos de mantenerlas. Nos dimos cuenta que los lazos de amor no desaparecen, sino que se reinventan y modifican según lo necesario.
Después de unos años incluso nos alejamos de todos viniendo a vivir a Israel. Eso fue mucho más que no verse los viernes… eso ya puso a prueba nuestro corazón y nuestro amor de familia de una manera muy dolorosa. Igualmente, así, aprendimos a tener nuevas maneras de comunicarnos y de estar presentes sin estar cerca físicamente. Hoy, que ya tenemos a la tecnología de nuestro lado, mis hijos quieren a mis abuelos como si vivieran con ellos todos los días y mis abuelos conocen a sus bisnietos tan bien como me conocieron a mí que vivía al lado. Me nació contar algo tan personal porque sé que ser ben Noaj o jozer bitshuvá o alejarse de los seres queridos por el motivo que sea, es difícil y doloroso y el proceso viene a veces acompañado de muchas lágrimas. Mi experiencia personal me enseñó que esas lágrimas y ese dolor no son en vano. Que hacer lo correcto, aunque cueste, trae consigo sus frutos. Como asegura el rey David, quien sabe de qué se trata sufrir: “Hazorim bedima, berina iktzoru”, los que siembran con lágrimas, con cánticos de alegría cosecharán”.