Por naturaleza, cada individuo se siente legitimado. Nos decimos a nosotros mismos: “Tengo buen sentido común, un corazón sano, y mi comportamiento refleja ambos. ¿Cómo es posible que las cosas salgan mal? Por lo tanto, incluso cuando resulta claro que nos hemos equivocado, tendemos a justificarnos ante nuestros propios ojos y ante los ojos de los demás.
El anterior Rebe de Lubavitch escribe que la autojustificación es un enemigo disfrazado de aliado. Aviva el ego como si fuera un amigo, pero es un enemigo interno que nos impide evaluar y mejorar adecuadamente nuestro comportamiento y, potencialmente, corregir nuestros errores. Cuando a la autojustificación se le da libertad para reinar supremamente, incluso el estudio de la Torá no dará lugar a la rectificación adecuada. Cuando asumo que mi entendimiento es definitivamente correcto, trato todos los demás puntos de vista como nada más que posiblemente verdaderos, pero que requieren una fuerte verificación. Por lo tanto, tiendo a moldear y distorsionar la Torá según mis propias suposiciones. Al final, siempre salgo vencedor y nada puede cambiar.
La verdadera rectificación requiere el conjunto opuesto de supuestos. Debo reorientarme para asumir que lo que está escrito en la Torá es definitivamente correcto y es mi propio entendimiento el que necesita ser verificado. Entonces, si la comprensión que surge de la Torá me parece errónea, necesito evaluar críticamente mis creencias y suposiciones y tratar de cambiarlas para que se correlacionen mejor con la Torá; por supuesto, debo tener especial cuidado para no sentirme tentado a remodelar la Torá a la imagen de mi mente. Sólo cuando hago este tipo de cambio, con un acercamiento serio y sincero a la Torá, puedo comenzar a rectificar mi intelecto.
Una vez que le hemos dado a la verdad Divina de la Torá el valor que le corresponde en nuestra mente, podemos hacer lo mismo en nuestro corazón. Las facultades del corazón – nuestro reino emocional – inicialmente no están rectificadas y difieren de la Torá, pero dado que “la mente controla el corazón” (מח שליט על הלב), podemos obligarlas a actuar de acuerdo con la Torá. Además, el Jasidut enseña que la mente tiene el poder de engendrar emociones. Por lo tanto, una meditación adecuada puede dirigir nuestras emociones para alinearlas con la halajá (ley judía). La voluntad de abrir mi corazón a la verdad absoluta de la Torá allana nuevos caminos en el corazón y hace posible que incluso los conceptos abstractos de la Torá que se encuentran muy por encima de las normas prácticas de la halajá también iluminen mi corazón y moldeen sus atributos.
Podemos pensar que aprender Torá de esta manera obstaculiza la innovación. Podríamos preguntarnos: “¿Cómo puedo mezclar mi intelecto confuso con la santa verdad de la Torá y tratar de decir algo nuevo?” Pero el quid de la cuestión es que cada vez que mi alma y mi mente únicas se encuentran con la Torá de Dios, nacen pensamientos innovadores de la Torá. Ésta es una de las facetas del estudio de la Torá.
Por supuesto, para que los pensamientos innovadores se consideren verdaderos, tengo que abordar mi aprendizaje de la Torá con la misma fe absoluta en la verdad vinculante de la Torá. Como tal, mi aprendizaje estará orientado al cumplimiento de las directivas de la Torá. Cuando aprendemos Torá con el objetivo de corregir nuestras acciones, ilumina nuestro intelecto, asegurando que nuestras innovaciones serán verdaderas (y no apuntarán a desarraigar la halajá).
Respecto a una persona que merece esto, el rey David escribió: “Feliz la persona cuyas fuerzas están centradas en Ti, habrá caminos anchos en su corazón.”[1] Cuando invierto mi fuerza en la Torá y la Torá me sirve como mi medida constante, merezco la rectificación desde “mi cabeza” (רָאשֵׁי) hasta “mis pies” (אֲשֻׁרַי), otro permutación de la palabra “feliz” (אַשְׁרֵי). Este proceso de alinearme constantemente con la Torá me hace íntegro y feliz.
Estar conectados con una persona que lo ha merecido, un Rebe cuyas enseñanzas están alineadas con la Torá, nos proporciona un punto de referencia mediante el cual podemos alinearnos e identificar nuestra misión, tanto la misión todo-inclusiva de nuestra generación como la nuestra personal, individual.
[1] Salmos 84:6