LA CUARTA REVOLUCIÓN
En las primeras generaciones del pueblo de Israel existían divisiones claras: una división general entre los sabios de la Torá (*javerim*) y la gente del pueblo (*am ha’aretz*), divisiones específicas entre las tribus, y más adelante, divisiones según roles definidos o niveles espirituales (descritos con precisión en la Cabalá). Sin embargo, a medida que pasaron las generaciones, surgió una mezcla: una mezcla entre las tribus, entre los diferentes estamentos y funciones, e incluso entre las almas y sus niveles. En un nivel profundo, explica el jasidismo, esta mezcla ocurre incluso dentro de cada alma en sí misma: una misma persona puede ser, en momentos de lucidez espiritual (*gadlut mojin*), poseedor de un alma elevada, y en momentos de limitación espiritual (*katnut mojin*), poseedor de un alma más baja, haciendo difícil clasificar o definir.
A primera vista, esta mezcla parece negativa. Cuando hay definiciones claras, cada uno puede cumplir con su rol particular y cuidarse de los peligros específicos que lo amenazan. En cambio, cuando hay mezcla, los roles no están definidos, y cada individuo debe cuidarse de todos los peligros espirituales: tanto por el bienestar de su entorno, debido a la mezcla que lo rodea, como por las amenazas que lo afectan personalmente, debido a la confusión interna en su propia alma.
Sin embargo, esta mezcla también tiene aspectos positivos. Las divisiones generaban polarización, desgarraban al pueblo y producían fenómenos de arrogancia y alienación por un lado, y de desesperación y pérdida de rumbo por otro. El jasidismo vino a sanar estas fracturas en el pueblo, a reconectar a los sabios de la Torá con los judíos simples, de manera que cada uno pueda reconocer y aprender de las virtudes del otro, uniendo a todos en un servicio igualitario a Dios, en el cual “el rico no será distinguido del pobre”.
Además, así como la mezcla obliga a las almas elevadas a cuidarse de los peligros que enfrentan las almas más bajas, fomentando la responsabilidad mutua, también permite revelar en las almas más bajas los niveles de las almas más elevadas. Cuando los jasidim y su *Rebe* se conectan a través del camino jasídico, la profunda mirada del *Rebe* logra descubrir en sus jasidim cualidades propias de almas elevadas, demostrando que, en la raíz más alta, todos los judíos pertenecen a los niveles más sublimes. Así, el *Rebe* puede convertir a sus jasidim en emisarios capaces de enfrentar grandes desafíos y cumplir misiones trascendentales, tal como él mismo.
En un nivel más profundo, la mezcla entre las almas refleja la mezcla en la realidad del mundo. El mundo avanza hacia una interdisciplinariedad, una unidad y una conexión entre diferentes áreas, donde el punto culminante mesiánico será la unión de lo sagrado y lo profano, la sabiduría de la Torá y la sabiduría científica. Este es un diluvio sagrado que mezcla y confunde entre todos los ámbitos, conectando lo que desciende de las “compuertas de los cielos” con lo que asciende de “los manantiales del gran abismo”.
Este cambio en la realidad del mundo (en el *jefetz*) exige una adaptación en las almas (el *gavra*): la visión de unidad demanda que las almas también se vuelvan interdisciplinarias, conectando el mundo profano con el mundo sagrado, corrigiendo lo profano y generando renovación y elevación en lo sagrado. La mezcla en la realidad del mundo, que provocó que muchas almas fueran expulsadas del ámbito sagrado y se extraviaran en campos ajenos, finalmente dio lugar al surgimiento de nuevas almas: las almas de los *baalei teshuvá*, en quienes la Divina Providencia generó una mezcla de sagrado y profano, permitiéndoles materializar plenamente la visión de la unidad y transmitirla a todos los tipos de almas del mundo. Esto incluye tanto a las almas de Israel en sus diversas expresiones –cuyo rol es iluminar a todas las naciones del mundo con la luz de la verdad y la unidad– como a las almas de las demás naciones, que deben recibir esta luz del pueblo de Israel.