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calendario hebreo

JASIDUT

EL CALENDARIO HEBREO

En la parashá de esta semana, Moisés y Aarón reciben lo que se considera el primer mandamiento de Di-s: designar el mes de Nisán como el primer mes del año. [Éxodo 12:2] El pueblo judío tiene un sistema de calendario único que ha marcado nuestros años y celebraciones desde entonces. Si bien muchos judíos reconocen este calendario, por lo general pasa a un segundo plano con respecto a su contraparte gregoriana y se usa casi exclusivamente para las festividades judías y las fechas culturalmente significativas. La mayoría de los judíos tendrían dificultades para enumerar los meses hebreos en orden, identificar la fecha hebrea de hoy o incluso recordar su propio cumpleaños hebreo.

A primera vista, un calendario puede parecer nada más que una herramienta práctica. ¿Realmente importa qué método usamos para escribir en cheques, programar reuniones o celebrar cumpleaños? ¿No es lo esencial simplemente disponer de un esquema compartido para el seguimiento del tiempo?

Sin embargo las enseñanzas cabalísticas sugieren lo contrario. Nuestro método de estructurar y medir el tiempo afecta profundamente cómo lo experimentamos. El tiempo puede verse como una línea recta que se extiende entre el pasado y el futuro, de la que cuelgan los acontecimientos de la vida. Pero también puede verse como una dimensión dinámica, en espiral, llena de patrones significativos que iluminan los procesos internos, tanto personales como colectivos.

La Creación del Tiempo y la Humanidad

El énfasis de la Torá en el tiempo es evidente desde su mismo comienzo. La Torá escrita comienza con Bereshit, “En el principio…”, marcando el inicio del propio tiempo. De manera similar, la Torá Oral comienza con la palabra MeEimatai, “Desde cuándo…”, intentando posicionar un momento específico en el tiempo. Como se mencionó, el primer mandamiento dado fue designar el mes de Nisán como el primero de los meses, inaugurando la señalización judía del tiempo.

Estos tres comienzos subrayan la importancia del calendario hebreo. El uso de este calendario nos alinea con las muchas generaciones de judíos que han registrado el tiempo de esta manera, forjando una conexión con nuestra herencia histórica y espiritual. Por el contrario, confiar únicamente en el calendario gregoriano crea una sensación de desapego de este legado, aislándonos en el presente. Por lo tanto, el calendario hebreo profundiza nuestra experiencia del tiempo al vincularnos a nuestro pasado y a la cadena de generaciones que se remonta al Éxodo, el nacimiento de nuestra nación.

Pero el calendario hebreo no solo nos conecta con los orígenes judíos; se remonta a la creación misma del mundo. Los años hebreos se cuentan a partir del año de la creación del universo, tal como se transmite en la tradición judía. Sin entrar en el debate ciencia-religión, podemos apreciar aquí la idea esencial: a diferencia de los otros calendarios principales, como el gregoriano y el islámico, que cuentan los años a partir de acontecimientos históricos específicos, el calendario hebreo cuenta desde el comienzo de la propia historia.

De hecho, no solo contamos los años desde la creación, sino que la fecha de Rosh Hashaná, el Año Nuevo judío, también se relaciona con la creación: de acuerdo con los sabios, marca el sexto día de la creación, cuando Adán y Eva fueron creados. Por lo tanto, Rosh Hashaná celebra no solo el comienzo del cosmos, sino también un evento particular dentro de él – el surgimiento de la conciencia humana. Marca tanto la creación del tiempo como un evento específico dentro del tiempo, incorporando el principio que guía otros calendarios.

Sorprendentemente, la frase “fecha hebrea”, (תַּאֲרִיךְ עִבְרִי, ta’arij ivri), ¡tiene el mismo valor numérico que la palabra Bereshit (בְּרֵאשִׁית)! Esta conexión nos recuerda que el calendario hebreo nos vincula directamente con el acto de la Creación – con el comienzo del mundo, del tiempo, y de la humanidad. Esta conciencia nos anima a reflexionar sobre la pregunta más fundamental: ¿Qué haremos con el tiempo que se nos ha dado?

El misterio de la intercalación

La esencia única del calendario hebreo radica en ser lunar y solar, es decir, integra los ciclos lunares que definen los meses con los ciclos solares que determinan el año y sus estaciones. Esto se logra a través de lo que se llama sod haibur, “el misterio de la intercalación” [literalmente secreto de la preñez].

La intercalación se hace necesaria porque un año solar abarca aproximadamente 365 días, mientras que doce meses lunares suman solo unos 354 días. Esto crea una discrepancia promedio de alrededor de 11 días entre los dos ciclos. La función principal de la intercalación es agregar un decimotercer mes adicional, comúnmente conocido como “Segundo Adar”, en los años “bisiestos”. Este ajuste ocurre aproximadamente cada tres años (más precisamente, 7 veces cada 19 años), lo que garantiza la alineación entre los sistemas lunar y solar. Esta práctica cumple el versículo bíblico sobre el sol y la luna: “Y servirán de señales para los tiempos establecidos, para los días y para los años”. [Génesis 1:14]

A través de la intercalación, el calendario hebreo se sincroniza con los ciclos de ambos cuerpos celestes. Los meses se alinean perfectamente con el ciclo lunar: cada mes comienza con la “luna nueva” cuando el cielo está oscuro, y su centro presenta una luna llena. Al mismo tiempo, el año en su conjunto se adhiere al ciclo solar, lo que garantiza que siempre ocurran meses y días festivos específicos en sus respectivas estaciones.

Por ejemplo, Nisán no solo es un mes lunar perfecto, sino que también se alinea constantemente con la primavera, manteniéndose fiel a su descripción en la Torá como “el mes de la primavera”. [Deuteronomio 16:1] Estas mismas palabras “mes de la primavera” unen los dos ciclos de meses lunares y estaciones solares, y de hecho la intercalación se instituyó inicialmente para mantener esta alineación.

Un equilibrio entre calendarios

El principio de intercalación posiciona al calendario hebreo como un punto medio entre dos calendarios dominantes en las culturas vecinas – el calendario gregoriano occidental y el calendario islámico – ninguno de los cuales fusiona los ciclos lunares y solares.

El calendario gregoriano es enteramente solar. Si bien tiene meses que derivan sus duraciones (y nombre) de la luna, hace mucho tiempo que perdieron la sincronización con los ciclos lunares reales – el primero de cada mes gregoriano ya no cae necesariamente en luna nueva. En cambio, su estructura de 365 días se alinea solo con el año solar (con un día adicional, el 29 de febrero, agregado cada cuatro años para ajustarse a la duración precisa del año solar).

Por el contrario, el calendario islámico es puramente lunar. Si bien sus meses se alinean con la luna como el calendario hebreo, ignora por completo el año solar y sus estaciones. Esto da lugar a que las festividades islámicas se divorcien de las estaciones, y cada festividad cae en diferentes estaciones cada año (el Ramadán, por ejemplo, cuando los musulmanes ayunan durante las horas del día, a veces cae durante los cortos días de invierno y a veces durante los largos días de verano). La luna es tan central para el Islam que se ha convertido en su principal símbolo.

Por lo tanto, el calendario hebreo sirve como un puente entre estos sistemas, haciéndose eco del hecho de que tanto el cristianismo como el islam derivaron originalmente de la Torá.

La fusión de los ciclos solar y lunar tiene un profundo significado simbólico. Según la Cabalá (y con eco en muchas culturas), el sol y la luna representan los aspectos masculino y femenino del universo, respectivamente. La luz continua y resplandeciente del sol, vital pero cegadora, simboliza el principio masculino, que encarna la fuerza y la constancia. En contraste, la luna, que crece y mengua, mediando entre la luz del sol y la oscuridad de la noche, y gobernando las mareas, simboliza el principio femenino, con su ritmo mensual reflejando el ciclo biológico femenino.

Este simbolismo se ilustra en la gematría de las palabras para “sol” (חַמָּה, jamá) y “luna” (לְבָנָה, levaná), que equivalen a “sabiduría” (חָכְמָה, jojmá) más “entendimiento” (בִּינָה, biná) – las sefirot en el pensamiento cabalístico que representan los aspectos masculinos y femeninos de Di-s. La interacción del sol y la luna refleja así la perfecta unión y equilibrio entre las fuerzas masculinas y femeninas.

En este sentido, el propio calendario hebreo nos enseña el arte del equilibrio y la integración. Nos guía a armonizar los aspectos masculinos y femeninos dentro de nosotros, enriqueciendo nuestra conciencia y fomentando su crecimiento.

¿Aieka? Espacio, tiempo y alma

La dimensión del tiempo es uno de los tres tipos de dimensiones reconocidas en la Cabalá. De acuerdo con el Sefer Ietzirá (El Libro de la Formación), la realidad consta de tres categorías: tres dimensiones espaciales denominadas olam (literalmente, “mundo”), una dimensión temporal referida como shaná (literalmente “año” o “cambio”), y una quinta dimensión adicional – el alma, nefesh. [Sefer Ietzirá 3] La ciencia moderna reconoce solo las dos primeras, el espacio y el tiempo, y en algún momento llegó a verlas como un continuo unificado conocido como “espacio-tiempo”. Quizás algún día, la ciencia también reconozca el alma humana como una dimensión.

El Sefer Ietzirá enumera estas dimensiones en un orden específico – espacio, tiempo, alma – no por casualidad. Los escritos jasídicos explican que el tiempo sirve como intermediario, conectando espacio y alma. Por un lado, el tiempo es inseparable del espacio, como en el concepto de “espacio-tiempo”, pero por otro también está íntimamente conectado con la conciencia: no podemos imaginar la conciencia sin procesos mentales que ocurren a lo largo del tiempo. La conciencia misma no puede percibir la realidad sin percibirla dentro del marco del tiempo. Por lo tanto, el fortalecimiento de nuestra relación con el tiempo se vuelve esencial para vincular adecuadamente nuestra conciencia subjetiva que existe “aquí adentro” con la realidad objetiva del mundo “allá afuera”.

En este contexto, podemos retomar la pregunta de Di-s a Adán inmediatamente después del pecado del Árbol del Conocimiento, que simboliza el inicio de la autoconciencia humana. Después de que Adán pecó, Di-s le preguntó: Aieka, “¿Dónde estás?”[4] En un nivel simple, esta pregunta se refiere a las dimensiones espaciales: Di-s pregunta acerca de la ubicación física de Adán. En un nivel más profundo, sin embargo, la pregunta también se refiere a las dimensiones del alma y tiempo.

Este significado más profundo se refleja en una famosa historia que involucra a Rabí Shneur Zalman de Liadi, el primer Rebe de Jabad. Cuando estaba encarcelado en la prisión del zar, su interrogador le preguntó qué quería decir Di-s con la pregunta aieka. El Rebe respondió que esta pregunta llega a todo ser humano. Dijo: “Cuando uno llega a cierta edad, por ejemplo” – y aquí mencionó la edad precisa del interrogador – “Di-s le pregunta, ¿dónde estás tú en tu vida? ¿Estás viviendo a la altura del propósito para el que te creé?” Estas palabras conmocionaron profundamente al interrogador.

Como vemos, Rabi Shneur Zalman interpretó que la pregunta se refería a las dimensiones del alma y el tiempo. Según él, la pregunta aieka representa el comienzo de la autorreflexión moral. Di-s se pregunta cuál es la posición espiritual de Adán, en el eje de la ética y la progresión espiritual.

La dimensión de tiempo aparece en la mención de la edad, el detalle que más afectaba al interrogador. Uno debería preguntarse dónde se encuentran a lo largo de los ejes del tiempo – el día, la semana, el mes, el año y la vida. ¿Están usando el tiempo adecuadamente en lugar de desperdiciarlo?

De hecho, la conciencia del tiempo actúa como el pegamento que conecta las preguntas “¿Dónde estoy en el mundo?” y “¿Dónde estoy en mi alma?” Nos permite integrar nuestra ubicación física con nuestra ubicación espiritual.

Para los judíos, la pregunta aieka también debe conducir a una indagación sobre la identidad judía: ¿Dónde estás en relación con tu judaísmo? Incluso antes de preguntar sobre el lugar físico en el espacio o el estado espiritual, hay una pregunta más simple: ¿Estás conectado con el tiempo judío, con el calendario hebreo por el cual tu pueblo ha medido el tiempo durante generaciones? Ser judío significa, ante todo, pensar como judío. Esto incluye organizar la vida a través de una lente judía, comenzando con la forma en que establecemos fechas en nuestro calendario personal.

Alinearse con el calendario hebreo allana el camino – consciente o inconscientemente – para descubrir nuestro verdadero lugar en la vida y rectificar nuestro papel en el mundo, tanto como individuos como parte del colectivo del pueblo.

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