La Universidad de la Torá
Psicología Jasídica
RASGOS DE PERSONALIDAD
A nuestra generación no le gusta odiar. Es dudoso que haya menos odio entre las naciones, sectores o individuos en el mundo de hoy. Pero como declaración, queremos solo amor. Los sentimientos de odio se consideran negativos y vergonzosos, o como una distorsión que requiere tratamiento.
A primera vista este es un enfoque erróneo. Después de todo, el amor por el bien y el odio por el mal están interconectados: “Odia el mal y ama el bien”. El Tania explica que la medida de un verdadero tzadik es su odio por el mal. La demarcación entre el bien y el mal determina las fronteras. El odio al mal genera el poder de rechazarlo y defenderse de él. Un enfoque que desdibuja las fronteras, profesando estrictamente el amor y la apertura hacia todos y todo crea la mayoría de las aberraciones propias de nuestra generación: la ofuscación de la verdad, el desliz ético y práctico en relación con los enemigos y la legitimación de la mayoría de los impulsos negativos.
Dicho esto, el acercamiento al amor es parte del proceso de aproximación a la redención y tiene una gran chispa mesiánica. El amor y el odio tienen cargas emocionales opuestas: el amor es energía positiva, mientras que el odio es energía negativa. La emoción básica en el corazón debe ser el amor, una carga de emoción buena, positiva y constructiva. El odio es inherentemente negativo e incluso cuando nos vemos obligados a emplearlo, debemos tener mucho cuidado de no adoptarlo como un atributo permanente. (Generalmente, nuestros odios “justificados-racionalizados” incluyen una dimensión de odio infundado, que debe transformarse en amor mediante la contemplación, el buen ojo y la compasión, como se explica en el capítulo 32 de Tania).
Nos volcamos en el odio porque hay maldad en el mundo, pero nuestra aspiración no es intensificar la maldad, sino anular la existencia del mal para que ya no necesitemos el odio. Este es el destino mesiánico de “Y el espíritu de impureza sacaré de la Tierra” – la aniquilación de la inclinación al mal que anulará la necesidad del odio. Entonces, podremos ver con ojos físicos que Dios creó todo para Su honor.
El Zohar describe la energía que transforma el mundo en un lugar mejor como ithapja (transformación), exclusiva de los tzadikim (“Y tu nación son todos tzadikim”). Los tzadikim transforman la oscuridad en luz y la amargura en dulzura. Hay, sin embargo, otra dimensión de transformación: La transformación del odio en amor.
Estas tres dimensiones de transformación son un proceso de pasado-presente-futuro, concretado en las tres festividades de peregrinación (los periodos de alegría transforman los días comunes en días santos). En la festividad de Pesaj transformamos las tinieblas en luz: el éxodo de Egipto, nuestro fundamento histórico, es el éxodo desde las tinieblas hacia una gran luz (cuando la luz se enciende e identificamos el bien oculto en el oscuro pasado). En Shavuot transformamos la amargura en dulzura – el consejo de la Torá, más dulce que la miel, endulza la amargura de la realidad y cura sus aflicciones en el presente. En Sucot, Dios nos cubre con una sucá de paz, y la alegría traspasa todos los límites, lo que nos permite transformar todo el odio en amor, dentro de nuestra nación (cuando todos los judíos son dignos de sentarse en una sucá) y en relación a las naciones del mundo, por quienes sacrificamos setenta vacas en Sucot. Sucot es la fiesta del futuro, cuando todas las naciones del mundo ascenderán a la Casa de Dios.
Después de la anulación del mal, cuando las tinieblas se hayan convertido en luz y la amargura en dulzura, podremos transformar todo el peso del odio en la fortaleza del amor.