Rabí Akiva dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” es un gran principio de la Torá. Un principio similar se obtiene de la famosa historia de un prosélito que deseaban convertirse al judaísmo, a condición de que alguien le enseñe toda la Torá mientras está parado en un pie. Hilel el Viejo aceptó su conversión y le dijo: “Lo que odias, no lo hagas a tu amigo [la visión negativa de “ama a tu prójimo como a ti mismo”], eso es toda la Torá y lo demás es comentario. Ve y estúdialo”.
Obviamente, toda la Torá es verdad, Dios nos ha dado la Torá, pero Hilel el Viejo y Rabi Akiva nos enseñan que hay espacio para meditar en el principio que es el “gran principio” de la Torá, la señal que nos pone en el camino correcto.
La necesidad de esas luces de guía es mayor cuando un extranjero quiere acercarse al mar infinito de la Torá y necesita un mojón para mostrarle dónde empezar. Esta es la razón por la que el principio más grande de la Torá se aprende de un prosélito que se viene a convertir. Un verdadero converso no está obligado a saber toda la Torá antes de convertirse, pero sí necesita saber los fundamentos esenciales de la fe judía, entonces puede aceptar el yugo de la Torá y las mitzvot con toda sinceridad. Rabí Akiva, el gran sabio de la Torá, también llegó a la Torá como un “extranjero”, era un baal teshuvá (un judío secular que se convierte en observante de los preceptos), que sólo comenzó su estudio de la Torá a la edad de cuarenta años.
Estos dos “extranjeros”, el baal teshuvá y el converso, que inician su estudio de la Torá de la nada a una edad avanzada, están en la necesidad de una estrategia de acceso directo y es nuestro privilegio aprender el gran principio de la Torá a través de sus méritos. Nuestra generación es también una generación de teshuvá (arrepentimiento), por lo que muchos judíos están lejos de la Torá y muchos desean regresar a su origen. Por eso, más que nunca, necesitamos un camino que nos permita acercarnos a la Torá