Abraham fue el primer patriarca. Las dos primeras letras de su nombre en hebreo (אַבְרָהָם) en realidad significan “padre”, Ab (אָב). Abraham tenía una conexión especial con el polvo de la tierra. Primero, Dios lo bendijo para que su descendencia fuera tan numerosa como el polvo de la tierra: “Haré tu descendencia tan [numerosa como] el polvo de la tierra, de modo que, si uno puede contar el polvo de la tierra, entonces tu descendencia también se puede contar.”.[1] Abraham parece haber tomado esa frase, “el polvo de la tierra,” como su lema. Cuando argumenta con Dios sobre el destino del pueblo de Sodoma, humildemente dice: “Aquí me aventuro a hablar a mi Señor y, sin embargo, no soy más que polvo y cenizas”.[2]
Generaciones más tarde, en los últimos años del Segundo Templo, esta misma imagen aparece en la historia de Najum Ish Gamzu, un sabio que fue enviado en misión diplomática a Roma con el objetivo de revertir un duro decreto dictado contra el pueblo judío residente en la Tierra de Israel. Por desgracia, una caja de gemas preciosas y oro que se le dio a Najum para ofrecer como tributo al emperador romano fue robada sin que Najum lo supiera y su contenido se vació y se reemplazó con polvo. Al abrir su tributo, el Emperador enfureció y deseaba matar a Najum y castigar aún más al pueblo judío. Sin embargo, milagrosamente, uno de sus consejeros relacionó el polvo de la caja con Abraham y sugirió que tal vez este era el famoso polvo con el que Abraham venció a los Cuatro Reyes del Este contra los que había luchado para salvar a su sobrino, Lot.[3]
¿Cuál es el secreto de este “polvo de la tierra” tan estrechamente asociado con Abraham?
La psicología jasídica asocia el polvo con el atributo de carácter de humildad. La humildad es el rasgo de carácter que mejor se puede adquirir en la Tierra de Israel, más que cualquier otro rasgo de carácter. Todos los discípulos famosos del Baal Shem Tov, los grandes tzadikim que continuaron al frente del movimiento jasídico, al llegar a la Tierra de Israel, testificaron que es el mejor lugar para adquirir humildad.
La humildad está particularmente relacionada con el polvo de la Tierra de Israel. Cuando una persona ha adquirido un verdadero sentido de humildad, de reconocimiento de que está lejos de ser perfecta y, por lo tanto, lejos de cumplir la misión que Dios le ha dado en la vida, adquiere el mérito de servir a Dios con alegría. De hecho, aunque pueda parecer que la humildad y la alegría son dos estados opuestos del ser, en realidad dependen el uno del otro. La señal de alcanzar la verdadera humildad es experimentar un gozo verdadero e infinito. Si la bajeza no es auténtica, si no es más que una falsa humildad, entonces no es más que más ego disfrazado de humildad, un intento autodestructivo de fingir humildad, que no puede producir ninguna alegría. La verdadera humildad me hace libre. Esa es su marca registrada. Con humildad, puedo regocijarme en servir a Dios.
¿Qué sucede cuando el amor desciende?
Abraham es el alma arquetípica, la sefirá de bondad. La bondad generalmente se asocia con el agua. Entonces, ¿cómo llegó el polvo de la tierra a simbolizar a Abraham? En el Tania,[4] el fundador de Jabad, Rabi Schneur Zalman de Liadi proporciona una respuesta en nombre de su maestro, el Maguid de Mezritch. El Maguid explicó que el alma de Abraham es un arquetipo de la sefirá de bondad, ya que se encuentra en el más elevado de los Cuatro Mundos, el Mundo de Emanación, donde la conciencia está puramente enfocada en lo Divino. Pero el atributo de bondad como está arriba, en el Mundo de Emanación, no se parece en nada a la forma en que se manifiesta cuando desciende a nuestra realidad, incluso al cuerpo sagrado de Abraham. Allí, en el Mundo de la Emanación, la bondad es de naturaleza Divina y, por lo tanto, ilimitada. Aquí abajo, no es más que una sombra de su naturaleza prístina. Para ilustrar este descenso, Abraham usó la metáfora de un árbol que se quema. En todo su esplendor, el árbol se compone de los cuatro elementos, fuego, aire, agua y polvo. Pero si se quema, todo lo que queda es el polvo, el más tosco y físico de todos los elementos. Asimismo, cuando la bondad desciende, en forma figurada se quema, y todo lo que queda es el polvo. Y así, Abraham usó una metáfora basada en la naturaleza para ilustrar cuán categóricamente diferente es su facultad de bondad cuando descendió a esta realidad.
En su exposición, Rabi Schneur Zalman hace referencia al versículo: “Todo viene del polvo y todo vuelve al polvo”.[5] Aparentemente, este es un versículo importante sobre el cual meditar en referencia a la Tierra de Israel y su afinidad con la humildad. Este versículo nos recuerda la afirmación de los sabios sobre la cual toda persona debe meditar: “¿Cuál es tu origen y hacia dónde vas?”[6] Viniste del polvo de la tierra, ya que en la Torá se escribe que Dios creó a Adam del polvo de la tierra.[7] Pero, ¿estaba originalmente el hombre destinado a volver al polvo? Solo después de que Adam y Java pecaron, Dios le dijo a Adam: “Porque polvo eres, y al polvo volverás”.[8]
Una posibilidad es que, si merecemos volver al polvo durante nuestra vida, es decir, que adquirimos el rasgo de humildad, podamos estar libres del castigo de “al polvo volverás”. Cuando Dios se dirigía a Adam, se dirigía en primer lugar al pueblo judío, los descendientes de Abraham, cuya descendencia Dios describió como el polvo de la tierra. Esto, por supuesto, incluye a todos los justos conversos al judaísmo que toman sobre sí el nombre de Abraham como su padre.[9]
Basado en esta idea, el Rebe de Lubavitch explicó que si podemos conducirnos a un estado de verdadera humildad, mereceremos la experiencia de la vida eterna. El Rebe cita una fuente adicional: al describir la Resurrección, el profeta Isaías dice: “¡Oh, deja que tus muertos revivan! ¡Que se levanten los cuerpos! Despierta y da gritos de júbilo, tú que moras en el polvo.”[10] Los sabios[11] señalan que la redacción hebrea exacta carece de la preposición “en”, lo que significa que los resucitados no son solo aquellos cuyo cuerpo físico se ha convertido en polvo,[12] sino que sugiere que son aquellos que se han convertido en polvo durante su vida, imitando al rey David, quien en el apogeo de su éxito pronunció: “Seré humilde a mis propios ojos”.[13] Por lo tanto, todo depende de alcanzar el estado de ser como el polvo, cualidad especial de Abraham.
El polvo y la tierra de Israel
Volviendo al versículo, “Haré tu descendencia como [numerosa como] el polvo de la tierra, de modo que, si uno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia puede ser contada”.[14] Justo antes de que Dios dijo esto a Abraham, Él le prometió la Tierra de Israel, “Levanta tus ojos y mira desde donde estás, al norte y al sur, al este y al oeste. Porque toda la tierra que ves te la doy a ti y a tu descendencia para siempre”.[15]
[1] Génesis 13:16
[2] Ibíd. 18:27. Este verso es de la parashá de la próxima semana, Vaierá
[3] El relato de esta guerra y la victoria de Abraham aparece en nuestra parashá, Ibid. capítulo 14. Para la historia de Najum, véase el Talmud de Babilonia, Ta’anit 21a
[4] Igueret haKodesh cap. 5
[5] Eclesiastés 3:20
[6] Mishná Avot 3:1
[7] Génesis 2:7
[8] Ibid. 3:19
[9] Todos los conversos son conocidos como “tal y tal, hijo de Abraham nuestro padre”, o si es mujer, “tal y tal, hija de Sara nuestra madre”.
[10] Isaías 26:19
[11] Sotá 5a
[12] Ver Shabat 152b sobre el sabio fallecido que Rav Najman encontró en su campo. Ese sabio le enseñó que el verso, “Porque polvo eres y al polvo volverás” se aplica al individuo justo solo una hora antes de la resurrección de los muertos para que ellos también puedan ser creados de nuevo.
[13] 2 Samuel 6:22
[14] Génesis 13:16
[15] Ibid. v. 14-15