El primer pecador en la Torá es la astuta serpiente, que se aprovechó de la ingenuidad y ceguera de Adám y Javá (Eva) y los engañó con malos consejos, instándoles a comer del Árbol del Conocimiento, trayendo la muerte al mundo. La serpiente puso un “obstáculo ante el ciego” y origino que la humanidad se cubriera con “vestimentas de piel” – con la opaca penumbra de la “piel de serpiente”.
Dar un mal consejo sólo puede conocerse en el propio corazón del consejero. Siempre puede justificarse y afirmar que no tenía más que buenas intenciones. El negativo resultado final comienza con una mala intención – odio – en el corazón. Se expresa a través de un mal consejo transmitido con de palabra. Cuando la persona que siguió el consejo falla, el mal consejo se materializa en la práctica. De ello se deduce que la rectificación profunda del pecado de Adam requiere un corazón puro de cualquier atisbo de odio, celos o malas intenciones hacia otra persona. Requiere limpiar el corazón del odio infundado – la razón de la destrucción del Templo Sagrado Santo Templo en Jerusalén y del largo exilio.
La rectificación completa del pecado de Adam no consiste sólo en abstenerse de dar malos consejos. El verdadero amor por otra persona debe expresarse mediante buenos consejos – al menos cuando alguien los pide. Un buen consejo es complejo, y la persona que lo da está expuesta a equivocarse – aunque sea inconscientemente – debido a una falta de consideración cuidadosa o incluso a un leve indicio inconsciente de negatividad hacia quien busca el consejo. ¿Por qué entonces deberíamos implicarnos en dar consejos? La Torá ordena a quienes pueden hacerlo que den a los demás buenos y dulces consejos. “La dulzura de un amigo procede del consejo del alma”.[1] Para rectificar el mal del “Árbol del conocimiento del bien y del mal” tenemos que dar buenos consejos desde dentro de la complicada realidad en la que vivimos – desde dentro de las tareas del mundo físico. Tenemos que dar consejos (eitzá) desde el Etz Hajaim (Árbol de la Vida), consejos que den vitalidad y nitidez en el servicio a Di-s y el cumplimiento de la Torá y sus mitzvot.
Al igual que los malos consejos, los buenos consejos sólo los conoce el corazón del consejero. Para dar un buen consejo a alguien, el consejero tiene que cumplir “Y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Tiene que darle el mismo consejo que se habría dado a sí mismo en una situación similar. Por supuesto, el consejo debe adaptarse al requirente. El buen consejo que yo me daría a mí mismo no necesariamente funcionará para otra persona. La idea es que, así como yo me daría a mí mismo el mejor y más adecuado consejo posible, también debería dar el mejor y más adecuado consejo a quien busca el consejo. Para ello, el consejero debe comprender cómo piensa quien busca el consejo. Tiene que alinearse con su personalidad, su forma de pensar y su mundo emocional – e intentar cumplir “Aguas profundas son los consejos en el corazón del hombre y un hombre de entendimiento los traerá”. A partir de ahí, el consejero deberá dar el mejor consejo de acuerdo a su fe y entendimiento. También debe asegurarse de que el consejo se dé de una manera que pueda ser aceptado, con explicaciones, de una manera que sea comprensible para quien busca el consejo y que pueda entrar en su corazón. Este es el camino preliminar para fomentar la aceptación del consejo y su seguimiento.
Un “hombre de sabiduría” da buenos consejos. A veces, sin embargo, en lo más profundo de su sabiduría, el asesor descubre que la verdadera respuesta es simplemente “No lo sé”. Cuando esta respuesta se da con amor y desde lo más profundo del corazón, despierta inspiración en el que busca el consejo para encontrar el consejo verdaderamente bueno dentro de sí mismo.
Dar buenos un buen consejo rectifica el pecado del Árbol del Conocimiento, devuelve a la humanidad al Jardín del Edén, la reviste con vestimentas de luz (o con una alef) en lugar de vestimentas de piel (o con una ayin) y trae al Mashíaj, llamado el “maravilloso consejero”, más cerca.
1 Proverbios 27:9