LINGÜÍSTICA ESPIRITUAL

Lo que el hebreo puede enseñarnos sobre la masculinidad y la feminidad

En el judaísmo, una de las herramientas fundamentales para comprender cualquier concepto es examinar su palabra en hebreo. Al analizar su raíz, estructura, letras y contexto en las escrituras, obtenemos conocimientos que revelan la esencia del concepto en sí. Según la Torá, la distinción entre “cosas” y “palabras” no es rígida: la palabra hebrea “davar” significa tanto “algo” como “palabra”, lo que demuestra la unidad subyacente entre ambos conceptos.

El judaísmo postula que el hebreo, a diferencia de otros idiomas, no es una convención humana, sino el Lashon HaKodesh, la Lengua Sagrada, un idioma divino y eterno a través del cual se creó el mundo, y cuyas palabras están íntimamente ligadas a la esencia de las cosas. Incluso para aquellos que no lo creen, adoptarlo como axioma puede ser esclarecedor.

Usando este enfoque, exploraremos la esencia de la masculinidad y la feminidad examinando las palabras hebreas utilizadas en la creación de Adán y Eva: ish (אִישׁ, hombre) e ishah (אִשָּה, mujer).

Si lo merecen, la Shejiná habita entre ellos

 Un vistazo rápido a las dos palabras revela que cada una tiene tres letras, dos de las cuales, א  (alef) y ש (shin) comparten, pero cada una tiene una letra única: la yud (י) en ish y la hei (ה) en ishah. Estas letras compartidas forman la palabra esh (אֵשׁ, fuego), mientras que la yud y la hei, letras únicas, se combinan para formar KaH, uno de los nombres sagrados de Dios, que también es la primera mitad del Tetragrámaton, el Nombre Esencial de cuatro letras de Dios.

En pocas palabras, esto significa que tanto el hombre como la mujer están compuestos de un fuego primordial, que representa sus cuerpos o fuerza vital básica, además de que a cada uno se le ha otorgado una letra única del Nombre Divino, que representa su aspecto espiritual específico según su género. La clave para descifrar el significado de esto se encuentra en un famoso dicho de Rabí Akiva:

“Si el hombre y la mujer lo merecen – la Shejiná (la Presencia Divina) mora entre ellos; si no, el fuego los consume.”[1]

Este dicho es básicamente un análisis de las palabras ish e ishah. Si el hombre y la mujer lo merecen, es decir – si se refinan a sí mismos y destilan el aspecto divino dentro de ellos (su yud y su hei), forman el nombre divino KaH y la Shejiná mora entre ellos. Si no se refinan, sus aspectos divinos, por así decirlo, se consumen y se pierden, dejando solo dos fuegos – un conflicto destructivo de celos, deseo y enojo. El Talmud incluso va tan lejos como para señalar que, en tal caso, el fuego de la mujer será más fuerte porque su Alef y Shin están adyacentes mientras que las de él están separadas.

A primera vista, este dicho parece presentar la Shejiná y el elemento del fuego como mutuamente excluyentes, como si el trabajo de refinamiento dependiera de extinguir de alguna manera el fuego de la vida. Sin embargo, las palabras ish e ishah sugieren que toda la naturaleza del hombre y la mujer incluye tanto la Shejiná como elfuego. Después de todo, no queremos que los hombres y las mujeres sean Yud y Hei incorpóreos, flotando en algún espacio etéreo, sino seres encarnados, que habitan cuerpos ardientes y ansiosos de vida. 

Reforzando este concepto está un versículo muy conocido del Cantar de los Cantares: “El amor es fuerte como la muerte… sus chispas son chispas de fuego, una llama de KaH“.[2] La frase “llama de KaH” combina la imagen del fuego con el nombre sagrado KaH, que representa a la Shejiná, demostrando que no se contradicen. Nos dice que, si el aspecto Divino está presente, el doble fuego de la pareja se convierte en una fuerza positiva y constructiva, potenciando o embelleciendo las letras Divinas. 

En resumen, aprendimos que, si los hombres y las mujeres no se refinan a sí mismos, el fuego de los deseos los consume, pero si se refinan a sí mismos, la Shejiná que habita entre ellos toma la forma de un fuego positivo y constructivo.

Dos dimensiones de comparación

Profundicemos: ¿cuál es la diferencia entre Yud y Hei? ¿Qué significa que la primera es la letra divina del hombre y la segunda es la de la mujer? de hecho, ya que estamos en ello, ¿por qué se eligieron estas letras en particular para formar el Sagrado Nombre Básico de Dios, KaH?

Examinaremos la relación entre Yud y Hei utilizando dos ejes conceptuales: la forma de las letras y su valor numérico.

Forma: Punto y Expansión

Lo primero que observamos acerca de la forma de las letras hebreas es que casi todas ellas – veinte de veintidós – ocupan un espacio cuadrado bidimensional. Las dos excepciones son Yud y Vav, siendo la Yud (cuando está ligeramente abstraída) un punto adimensional, y Vav (igualmente abstraída) siendo una línea unidimensional

Uno de los significados de este hecho es que las tres letras que componen el nombre más sagrado de Dios, el Tetragrámaton (י-הוה) – Yud (י), Hei (ה) y Vav (ו) – reflejan exactamente las tres formas básicas de las letras hebreas, que también son las tres formas geométricas básicas: Yud es un punto (cero dimensiones), Vav es una línea (una dimensión), y Hei es un plano (dos – y por extensión – múltiples, dimensiones).

Por lo tanto, en su forma, Yud y Hei representan un punto y un plano, respectivamente. Metafóricamente, un punto es como una semilla, que contiene en su interior una gran cantidad de potencialidad sin explotar. De hecho, Yud es la única letra hebrea que flota en el aire, como un pensamiento no realizado. Un plano, por otro lado, simboliza la expansión completa del punto, una semilla que se ha convertido en un organismo completo. De forma alternativa, podemos pensar en Yud como un espermatozoide y en Hei como un feto completamente desarrollado. 

De esta comparación se desprende que, en términos generales, la masculinidad tiende hacia lo abstracto y teórico, mientras que la feminidad permite que las ideas maduren y adquieran una forma definida. La mujer tiene el poder de desarrollar las semillas del pensamiento del hombre y llevarlas a la realidad.

Valor numérico: un entero y medio

Nuestro segundo eje de comparación es el valor numérico de las letras. ¿Qué significa que numéricamente Yud es igual a 10 y Hei es igual a 5? 

Metafóricamente, el número 10 representa la totalidad o perfección, mientras que el 5 representa la incompletitud o la imperfección. Por lo tanto, las letras Yud y Hei simbolizan, respectivamente, ser un todo y ser una mitad. Esta observación explica la afirmación talmúdica de que este mundo fue creado con la Hei, mientras que el mundo venidero fue creado con la Yud: en este mundo, todo es parcial e incompleto, mientras que el mundo venidero simboliza la perfección absoluta.

Esta comparación sugiere que la masculinidad está conectada con el ideal de perfección, mientras que la feminidad está más conectada con la experiencia de la imperfección

La preocupación masculina por la perfección se evidencia por el hecho de que, a lo largo de la historia, las culturas dominadas por los hombres se han esforzado por establecer visiones utópicas intransigentes, a menudo tratando de imponer sus ideales a la sociedad y eliminar cualquier oposición a ella. Gran parte de la historia es la crónica de una visión masculina “perfecta” que derriba a la anterior, solo para ser derribada por la siguiente. 

La conexión femenina con la imperfección, por otro lado, se puede ver en la cultura igualitaria emergente de hoy, en la que las mujeres juegan un papel mucho más influyente que nunca. Esta cultura se caracteriza por un profundo reconocimiento de las debilidades y defectos de las personas, haciendo hincapié en el derecho inherente de todo ser humano, independientemente de lo imperfectos que sean. Esta cultura permite a las personas ser quienes son, sin exigir que cumplan con algún ideal utópico de perfección.

El hecho de que el nombre de Dios sea KaH sugiere una profunda visión: la verdadera perfección es una combinación de perfección E imperfección, plenitud E incompletitud. Si algo tiene un valor de 5, entonces simbólicamente es la mitad de un todo y, por lo tanto, es inherentemente incompleto. Pero la cuestión es que, si algo vale 10, aunque simbólicamente sea un todo, en realidad también es inherentemente incompleto: carece de la experiencia de la imperfección, la insuficiencia y el anhelo de finalización. Por lo tanto, la verdadera totalidad incluye tanto la imperfección (5) como la totalidad (10). Esto está bellamente captado en el Nombre KaH, que consiste  en Yud igual a 10 y Hei, que es igual a 5.

Esta totalidad de orden superior fue denominada por Rabi Avraham Abulafia como “un todo y medio”. También se aludió a ello en la descripción del Zohar de todo corazón contenido “llanto” y “alegría” simultáneamente, y en el mandato del rey David a su hijo Salomón: “Conoce al Dios de tu padre y sírvele con todo el corazón [integridad] y con un alma dispuesta [incompletitud]”.[3] De hecho, la Cabalá explica que el propio Santo Bendito Es disminuyó Su propio estado perfecto de existencia para agregarse a Sí Mismo lo único de lo que carecía: la experiencia de la deficiencia y el deseo. 

Estos ejemplos ilustran la idea, entretejida a lo largo de las enseñanzas de la Torá, de combinar lo completo y lo incompleto.

El entendimiento de que la verdadera totalidad es de “un todo y medio” revela algo sorprendente: aunque el hombre parece completo y la mujer la mitad, de acuerdo con la compleción de orden superior, ambos son mitades. El hombre es una mitad que, hasta el matrimonio, piensa que está completo, mientras que la mujer es una mitad que sabe desde el principio ¡que es una mitad!

Esta perspectiva también ofrece una nueva imagen de cómo un hombre y una mujer se complementan entre sí. Como en todos los clichés, el hombre y la mujer son dos mitades que crean un todo. Pero este todo es diferente al que estamos acostumbrados: es “un todo y medio” cuyas partes son una pareja dispareja, una como una mitad y otra como entera. A diferencia del símbolo del Yin-Yang, que muestra dos mitades iguales formando un todo, el nombre KaH expresa un ideal de totalidad más sutil que combina armonía y desarmonía.

Complemento e inclusión

Los dos ejes comparativos entre Yud y Hei, forma y número, revelan virtudes y ventajas diferentes y complementarias en hombres y mujeres. El eje de la forma, en el que las dos letras representan el punto y la expansión, destaca la ventaja femenina, mientras que el eje numérico, en el que representan la perfección y la incompletitud, destaca la ventaja masculina

De hecho, podemos afirmar que, de alguna manera profunda, el eje de la forma, más concreto, representa en sí mismo el pensamiento femenino, mientras que el eje numérico, más abstracto, representa el pensamiento masculino. Esto debería zanjar las guerras de género de una vez por todas: cada género obtiene la puntuación más alta en el eje que pertenece a su mentalidad. 

Estas perspectivas crean una imagen holística de las cualidades divinas únicas para ambos sexos. Combinando los dos ejes, vemos que el hombre tiene una visión de completitud y perfección (“diez”) pero una visión etérea y abstracta que está desligada de la realidad (“punto”). La mujer, por otro lado, experimenta la imperfección y la deficiencia de este mundo (“cinco”), pero de una manera muy realista y fundamentada (“expansión”) que le permite concretar las cosas en la práctica. Usando una metáfora del mundo del cine, podemos decir que los hombres sobresalen en escribir guiones perfectos en papel, pero no realizados en películas, mientras que las mujeres sobresalen en la dirección de películas reales imperfectas, pero plenamente desarrolladas.

Hasta ahora, hemos discutido sobre arquetipos de género teóricos y simplistas. ¿Qué pasa con los hombres y mujeres de la vida real? En la vida real, ningún hombre ni mujer es una manifestación absoluta de su arquetipo de género. Somos seres complejos, y en cada uno de nosotros las dos características de género están interincluidas. La interinclusión no significa mezclar los géneros o difuminar sus diferencias. La interinclusión rectificada permite que cada parte mantenga su carácter al tiempo que incorpora aspectos de la otra. Esto suaviza el contraste en sus caracteres, lo que les permite entenderse mejor.

En las últimas generaciones, ha habido una fuerte tendencia en la cultura occidental hacia la difuminación de las diferencias de género. Actualmente, esta tendencia es negativa, debilitando la conexión natural de hombres y mujeres con sus caracteres únicos. Sin embargo, puede provenir de un deseo positivo de interinclusión, que, cuando no se orienta adecuadamente, conduce a la confusión. Esta tendencia debería animarnos a fortalecer nuestra conexión con nuestro género al mismo tiempo que abrazamos las cualidades del género opuesto.


[1] Sotá 17a

[2] Cantar de los Cantares 8:6

[3] 1 Crónicas 28:9