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REFORMULAR EL DISTANCIAMIENTO JUDÍO

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No es ningún secreto que el judaísmo establece una clara distinción entre el pueblo de Israel y las demás naciones. Todos los sábados por la noche, durante la ceremonia de la havdalá (que literalmente significa “separación”), bendecimos a Dios por “distinguir entre Israel y las naciones”.

¿Por qué es tan vital para el judaísmo mantener esa distinción con respecto a otras naciones y sus culturas? ¿Por qué los judíos evitan estrictamente los matrimonios mixtos, limitan la asimilación cultural y mantienen rigurosas normas de conversión?

Esta cuestión se encuentra en el corazón mismo de la identidad judía. Además, afecta directamente a nuestras vidas actuales, dando forma a muchas de las disputas y divisiones dentro de la sociedad israelí con respecto al carácter del Estado de Israel. Por lo tanto, abordar esta cuestión desde la perspectiva de las dimensiones internas de la Torá – Cábala y Jasidut – es de una importancia central.

Al abordar el tema de la distinción de Israel de otras naciones desde la perspectiva de las enseñanzas jasídicas, el primer concepto a captar es que la misma palabra utilizada para “distinción”, havdalá, forma la etapa central en la tríada fundamental de conceptos introducidos por el Baal Shem Tov, llamados “sumisión” (hajna’a), “separación” (havdalá) y “endulzamiento” (hamtaká).

Según el Baal Shem Tov, todo proceso espiritual completo debe seguir estas tres etapas. Primero hay que practicar la “sumisión” (humillarse, reprimir el orgullo y reconocer las propias limitaciones). A esto le debe seguir la “separación” (auto-refinamiento y separación de los rasgos negativos). Por último, el proceso debe conducir a una sensación de “endulzamiento” (la consecución de la plenitud personal y la autoexpresión).

Estos conceptos sugieren que la separación del pueblo judío de las demás naciones no es un fenómeno aislado, sino parte de un proceso más amplio. Debería estar precedida por una cierta “sumisión” en relación con nuestro trato con otras naciones y conducir a un cierto “endulzamiento” en nuestra relación con ellas. Es imposible apreciar plenamente lo que parece ser la tendencia judía al aislacionismo sin apreciarla como una etapa particular de un proceso de desarrollo mucho más amplio.

Examinemos ahora cómo pueden entenderse las tres etapas de sumisión, separación y endulzamiento en el contexto de nuestra relación con otras naciones.

En el contexto de las relaciones entre el pueblo judío y las naciones del mundo, la sumisión significa reconocer la igualdad fundamental entre Israel y las demás naciones.

Todos los seres humanos somos creados por el mismo Creador. Todas nuestras virtudes y talentos nos fueron otorgados por Él, y todos dependemos completamente de Él para nuestra existencia y sustento. Cuando llegamos a apreciar esto, nos damos cuenta de que todos somos iguales a los ojos de Dios. Además, dado que Dios es perfecto e infinito, cualquier distinción en grandeza o rango espiritual entre nosotros se cancela por el hecho de que estamos infinitamente distantes de Él (es decir, igualmente infinitamente distantes de la perfección). Dios es “todo” y ante Él, todos somos “como nada”.

De hecho, este sentido de humildad se extiende más allá de nuestra relación con el resto de la humanidad y debe regir nuestras interacciones con toda la creación. En las palabras atribuidas al Baal Shem Tov,[1]

No digas en tu corazón que eres más grande que tu prójimo… Reconoce que eres como todas las demás criaturas, creadas únicamente para servir al Creador. ¿En qué eres superior a un gusano? Él sirve a su Creador lo mejor que puede, mientras que tú, como un gusano, no eres más que polvo y cenizas. Si no fuera por el intelecto que Dios te concedió, no serías mejor que un gusano. Por lo tanto, incluso comparado con un gusano no tienes ninguna superioridad inherente, y mucho menos comparado con otras personas. Contempla que tú, el gusano, y todas las criaturas son amigos en la Creación. Ninguno posee poder o mérito más allá de lo que el Creador le ha concedido, y esta conciencia debe permanecer contigo siempre.

Esta perspectiva proporciona la actitud fundamental necesaria para tener relaciones saludables con los demás, incluida la relación del pueblo judío con el resto de la humanidad. Es el punto de partida de todas las distinciones y separaciones que siguen. Incluso cuando Dios sacó al pueblo judío de Egipto – lo que marcó el comienzo de nuestra separación en una nación única -, este acto fue descrito como “tomar una nación de otra nación ”.[2] Israel fue inicialmente una nación como todas las demás. Solo después de reconocer esta igualdad, pudieron ser elevados a la condición de una “nación santa”.

Reconocer esta igualdad no es sólo aceptar una verdad profunda, sino también una salvaguarda que impide que la idea de separación se convierta en una herramienta de condescendencia, odio u opresión.

Es importante subrayar que la igualdad genuina sólo es posible en el marco de la fe en un Creador infinito ante el cual todos son iguales. Sin este fundamento, no hay ninguna razón convincente para suponer la igualdad entre los seres, y cualquier ideal social o político de igualdad se convierte en una construcción artificial impuesta a la realidad, que acabará fracasando y será rechazada.

Partiendo del humilde reconocimiento de la igualdad de toda la Creación, podemos explorar el concepto de separación entre Israel y las naciones. Esta separación tiene su raíz en la creencia de que el pueblo judío fue elegido para recibir la más completa revelación de la sabiduría Divina, la Torá, y utilizarla para santificar y perfeccionar toda la existencia, transformándola en un recipiente para la Presencia Divina. A nivel personal y colectivo, esta distinción representa nuestro compromiso de alinearnos con el Creador, a quien humildemente reconocimos en la etapa anterior, y de acercarnos a la realidad como Sus emisarios.

El principio de la elección de Israel es tan fundamental para el judaísmo que es imposible comprenderlo verdaderamente sin él. Incluso quienes buscan lecciones universales del judaísmo (tema que se analiza en la tercera etapa, más adelante) deben lidiar con este concepto y su necesidad. ¿Por qué no se le pudo dar la Torá a todo el mundo? O, por el contrario, ¿por qué no se le pudo dar al pueblo judío, pero sin distinguirlo tan marcadamente de las demás naciones?

Una analogía útil para entender la necesidad de distinción se puede encontrar en la naturaleza, en la transición del reino de lo químico al de lo biológico. Esta transición depende de una característica simple pero profunda: la membrana. La membrana, que encierra y separa a una célula viva de su entorno, proporciona las condiciones de protección necesarias para los complejos procesos que ocurren en su interior. Sin este límite, la actividad biológica se disolvería y desaparecería en el entorno químico circundante.

De manera similar, cada salto hacia un nivel superior de organización en la naturaleza requiere una forma de separación que permita que surjan nuevas complejidades. La sociedad humana, por ejemplo, debe distanciarse de la naturaleza salvaje para establecer civilizaciones – espacios protegidos donde puedan florecer actividades superiores, como el arte y la filosofía.

El propósito de la Torá es fomentar un salto similar, esta vez no de la supervivencia a la civilización, sino de la civilización a una cultura de fe – una vida vivida en conciencia de la realidad Divina que subyace a la creación, donde cada detalle de la existencia está determinado por su conexión con esa realidad. Como todos los demás saltos, este salto también implica un aumento de la complejidad, esta vez el cultivo de un estado superior de conciencia. Quienes estén familiarizados con el estudio de la Torá reconocerán que exige un constante refinamiento del pensamiento, desafiando los conceptos y categorías comunes. El bien y el mal, la belleza y la fealdad, lo material y lo espiritual, el destino y el libre albedrío, la lógica y la paradoja – con respecto a todo esto y más, la Torá exige a sus estudiantes que “salten” a un nivel completamente nuevo de pensamiento.

Para facilitar este salto, es necesaria una especie de “membrana” – una frontera protectora que permita crecer y prosperar al organismo único que es el pensamiento y la vida judíos. Como un delicado castillo de naipes que sólo puede construirse en un espacio protegido, el estudio de la Torá y el cultivo de una vida de fe requieren condiciones relativamente aisladas para florecer. La asimilación amenaza con mezclar la Torá con la cultura humana en general, borrando u oscureciendo así su mensaje único.

Para profundizar más en la necesidad de aislamiento, veamos uno de los sinónimos de la Torá para separación, haflaia (הַפְלָיָה). Este verbo aparece por primera vez en el punto álgido de la separación de Israel de las naciones – durante las plagas de Egipto. Tres de las cuatro veces que aparece en la Torá ocurren en esta narración. Cuando Dios distingue la tierra de Goshen del resto de Egipto durante la plaga de las bestias salvajes, separa el ganado de Israel del de Egipto durante la plaga de la peste y perdona a los primogénitos de Israel durante la plaga de los primogénitos, la Torá utiliza el verbo haflaiá.

La raíz de haflaiá (פלה) está estrechamente relacionada con la raíz de “maravilla” (פלא). Esta conexión sugiere que la distinción de Israel tiene como propósito nutrir una maravilla oculta – una forma única de vida y conciencia que puede ser reconocida (eventualmente) como maravillosa. De hecho, los versículos que describen esta separación no enfatizan el sufrimiento de Egipto sino más bien la preservación de Israel: el propósito principal de  haflaiá no es negar al otro sino proteger lo que yace en el interior.

A muchos les cuesta aceptar la idea de la elección, en gran medida por temor a que pueda llevar a una condescendencia nacional y a afirmaciones de superioridad sobre otras naciones. Esta preocupación es válida, y por eso la etapa de sumisión es un recordatorio crucial de que la elección de Israel debe descansar sobre una base de igualdad.

Sin embargo, así como la sumisión es algo extremo por naturaleza (“¿Qué me hace más grande que un gusano?”), también debe serlo la separación. Se trata de una separación radical diseñada para cultivar una conciencia fundamentalmente diferente de la de otras naciones. La Torá apunta a incorporar la Divinidad infinita dentro de la vida humana finita, una tarea que requiere la creación de un espacio sagrado, muy distinto de la cultura general.

Cuando se basa en la sumisión, la separación se convierte en una fuente no de orgullo sino de profunda responsabilidad. Un pasaje clave de la Torá expresa esta idea: “Porque tú eres un pueblo sagrado para Havaia tu Dios; Havaia tu Dios te ha elegido para ser Su pueblo preciado de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. No fue por ser más numerosos que todos los pueblos que Havaia te quiso y te eligió, pues eres el más pequeño de los pueblos”.[3]  Los sabios interpretan “el más pequeño de los pueblos” como “ustedes se hacen los más pequeños [es decir, se humillan] ante los demás”. Cuanto menos nos sentimos con derecho a ser elegidos, más nos hacemos merecedores de ello.

Finalmente llegamos a la tercera etapa, el endulzamiento, que revela una visión profunda: la separación de Israel de las naciones es sólo un paso intermedio que conduce al propósito final: la creación de una relación armoniosa entre Israel y las naciones.

El endulzamiento siempre cierra el círculo del proceso, volviendo a conectar con la humildad inherente a la primera etapa de sumisión. En este contexto, significa restablecer una relación igualitaria y recíproca entre el pueblo judío y las naciones, ahora enriquecida en virtud de la separación que estableció la etapa anterior.

La etapa de endulzamiento representa la visión mesiánica del judaísmo, donde Israel inspira a las naciones con la luz de la Torá, mientras simultáneamente aprende de la sabiduría de las naciones.

Los profetas hablaron extensamente sobre esto: “En los días venideros… muchas naciones vendrán y dirán: “Subamos al monte de Dios… para que Él nos enseñe Sus caminos y caminemos por Sus sendas; porque de Tzión saldrá la Torá, y de Jerusalén la palabra de Dios”.[4] Y: “Te haré una luz para las naciones, para que Mi salvación llegue hasta los confines de la tierra”.[5]

La aceptación de la sabiduría mundana por parte del pueblo judío es también un tema explorado en gran parte del pensamiento judío, especialmente en ciertos escritos cabalísticos y jasídicos (aunque se hace alusión a ello en las Escrituras y la literatura rabínica). Como se explicó en artículos anteriores,[6] el Zohar prevé una “inundación” de conocimiento espiritual y científico en la era mesiánica, que fusionará la “sabiduría superior” de la Torá con la “sabiduría inferior” de la innovación humana. El pensamiento jasídico explica que la integración de la ciencia y el arte con la Torá revela la “Torá primordial” que antecede a la creación y forma parte esencial de la visión redentora.[7]

Este enriquecimiento mutuo requiere separación. Sólo cuando la Torá y otras sabidurías están claramente diferenciadas pueden reconocerse e integrarse sus aportes únicos. Cuanto más clara sea la distinción, mayor será la motivación para el intercambio mutuo. Lo mismo ocurre a la inversa: cuando la separación se difumina, el resultado puede ser una coexistencia indiferente, donde cada parte no busca influir en la otra ni aprender de ella.

Este enriquecimiento mutuo endulza la amargura que acompañaba a la separación. Mientras que algunos saborean la etapa de separación, otros se sienten incómodos con ella y anhelan la armonía de la endulzamiento. El reto actual es tender puentes entre estas perspectivas. Que esta exploración contribuya a unir estas visiones, ayudándonos a ver que el plan último de la Torá abarca y cumple las esperanzas de todos sus buscadores.


[1] Tzava’at HaRivash §12.

[2] Deuteronomio 4:34

[3] Deuteronomio 7:6–7.

[4] Isaías 2:2–3

[5] Ibíd. 49:6

[6] Véase Wonders, número 125, págs. 3 y siguientes

[7] Véase en detalle en nuestro volumen, Sabiduría: Integrando Torá y Ciencia.

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