LOS SETENTA ROSTROS DEL MUNDO

Calendario hebreo: Shavuot

LA ENTREGA DE LA TORÁ

La festividad de Shavuot conmemora la entrega de la Torá en el Monte Sinaí. La entrega de la Torá fue un evento exaltado y sobrecogedor, envuelto en truenos y relámpagos, fuego y niebla. En una revelación divina sin precedentes y nunca repetida, el Santo Bendito Es, descendió sobre la montaña en Su gloria, nos santificó con Sus mandamientos y nos entregó Su Torá.

¿Pero de qué manera podemos relacionarnos con este evento tan sublime? No venimos de los cielos, sino de la tierra. No somos santos, sino que estamos cubiertos con el polvo del desierto, marcados por las dificultades y pruebas de semanas de vagar y años de exilio. Aunque ya hemos dejado Egipto, nos hemos santificado y hemos lavado nuestras vestimentas para la ocasión, en nuestros corazones, seguimos inmersos hasta el cuello en asuntos mundanos. ¿Cómo podemos permanecer de pie y recibir la Torá celestial?

Esta pregunta concierne especialmente a aquellos de nosotros que, por designio de la Providencia, fuimos criados fuera del judaísmo observante. Mientras que nuestros antepasados llegaron al Monte Sinaí como un grupo relativamente cohesionado, hoy nos reunimos como individuos provenientes de todos los contextos imaginables. Hemos vagado por el mundo, conocido diversas culturas y aprendido múltiples formas de sabiduría. La mayoría de nosotros no creció en la inocente protección de un shtetl judío o en una comunidad ortodoxa aislada, y nadie puede convencernos de que no existe un gran mundo allá afuera. Habiéndonos sumergido en las culturas del mundo, comprendimos que habíamos abandonado la nuestra, y ahora, por fin, nos preguntamos qué tesoros están se esconden en nuestro propio desván. Cada uno de nosotros, a su manera, anhela la Torá. Pero ¿puede acaso la Torá anhelarnos – a nosotros que hemos llegado desde todos los rincones del mundo?

Cuatro veces setenta

Una pista para resolver nuestra pregunta nos la proporciona la Torá misma en forma de un número. Algunos de los números de la Torá tienen una gran importancia, que al profundizar en su significado podemos desentrañar misterios enteros. Así es en nuestro caso. El número relevante para nuestro análisis es el 70. Como veremos, los diversos elementos que la Torá asocia con este número están todos interconectados y unirlos proporciona una respuesta profunda a nuestra pregunta.

Setenta Naciones

Según la tradición judía, la humanidad está compuesta por setenta naciones que hablan setenta lenguas. Esta afirmación se basa en el hecho de que los descendientes de Noé, enumerados en el libro del Génesis, son setenta.[1] Además, unas pocas generaciones después de Noé, aconteció la confusión de lenguas en Babel, y la lengua original, la Lengua Sagrada, se dividió en las lenguas de las diferentes naciones, una lengua por nación.

¿Sigue aplicándose hoy en día la idea de setenta naciones? Después de todo, las naciones de la antigüedad han sido hace mucho tiempo reorganizadas, los idiomas se han fragmentado y extinguido, el número de naciones y lenguas ha crecido considerablemente y, además, no existen límites claros entre naciones e idiomas. Y, aun así, el concepto de setenta naciones aún puede ser válido hoy, si se aplica al espectro de cosmovisiones, lenguas culturales y sistemas políticos que atraviesan las fronteras nacionales e idiomáticas. De hecho, la Cabalá describe a las naciones/idiomas como descendientes de setenta “ministros” espirituales, es decir, que en su raíz se refieren a familias espirituales vinculadas, no necesariamente a naciones de carne y hueso.

De hecho, en nuestra generación la división tradicional en estados y naciones está cediendo gradualmente ante una red de comunidades virtuales que no necesariamente comparten un origen étnico o una ubicación geográfica, sino que se centran en campos de interés. Este proceso puede verse como una especie de resurgimiento, en una forma moderna, de las setenta naciones y lenguas originales.

Setenta almas de la casa de Iaacov

El segundo setenta en la Torá aparece en la descripción de Iaacov y sus descendientes yendo hacia Egipto para unirse a Iosef: “Todas las almas que salieron de las entrañas de Iaacov eran setenta almas.”[2] Este era todo el pueblo de Israel en ese momento: setenta personas, que eran los hijos y nietos de Iaacov. Si comparamos Egipto con un útero que nutrió al pueblo de Israel, transformándolo de un puñado de personas en una nación completa, entonces los setenta descendientes de Iaacov son como la semilla – el núcleo de todas las futuras almas de Israel.

Entonces, el pueblo de Israel se origina de setenta almas, precisamente el número de las culturas del mundo. Más tarde, al final de los Cinco Libros de la Torá, un verso aborda explícitamente este paralelismo: “Cuando el Altísimo dividió las naciones, cuando Él separó a los hijos de Adán, estableció los límites de los pueblos de acuerdo con el número de los Hijos de Israel.”[3] Cuando el Santo, Bendito Sea, dividió a la humanidad en setenta naciones y tierras, resulta que lo hizo en base a las setenta almas futuras que estaban destinadas a descender a Egipto. Las diferentes naciones del mundo de alguna manera corresponden, una a una, a las almas de Israel.

Además, así como las naciones del mundo todos descienden de un hombre, Noé, y sus idiomas de “una lengua”, la Lengua Sagrada, también las setenta almas eran todas descendientes de una persona: Iaacov. Volveremos a este interesante hecho más adelante.

Setenta Ancianos

El próximo significativo setenta en la Torá son los “setenta hombres entre los ancianos de Israel” nombrados por Moisés para compartir la carga de dirigir al pueblo con él.[4] En un cierto punto durante las peregrinaciones por el desierto, Moisés se queja ante Di-s de que ya no puede soportar solo la carga del pueblo. En respuesta, Di-s le ordena reunir a setenta ancianos para ayudarle, y Él otorga parte del espíritu de Moisés a ellos. Los setenta ancianos se convierten en los jueces del pueblo y, como nos enseña la apertura de Pirkei Avot (la Ética de los Padres), son quienes reciben la Torá de Iehoshua, el sucesor de Moisés, y la transmiten a los profetas.[5]

De hecho, los setenta ancianos constituyen el primer Sanhedrín (corte suprema judía). Cada Sanhedrín posterior – siempre compuesto por setenta jueces – fue una especie de edición o iteración posterior de los setenta ancianos del desierto. El propio Moisés es el prototipo del “miembro destacado de la corte” (HaMufla ShebaSanhedrin)[6] – el líder del Sanhedrín – quien es su 71º miembro. El hecho de que su espíritu fue otorgado a los ancianos refleja la idea de que tanto las setenta naciones como los setenta descendientes de Iaacov también descendieron de una única fuente.

Setenta rostros de la Torá

El último setenta significativo es el más conocido de todos: los setenta rostros de la Torá. Curiosamente, este setenta no se menciona explícitamente en la Torá (quizás porque la Torá es modesta y no se jacta de sí misma). Más bien, se nos habla de ello en un midrash.[7] El midrash afirma que, dado que la Torá se asemeja al vino, y dado que la palabra hebrea para “vino”, iain (יַיִן) tiene un valor numérico de 70, la Torá también tiene setenta rostros-facetas. Este midrash se une a otro midrash[8] que conecta la palabra “vino” con la palabra para “secreto”, sod (סוֹד), que también tiene un valor numérico de 70; de ahí el adagio, “Cuando el vino entra, los secretos emergen”, nijnás iain iatzá sod (נִכְנָס יַיִן יָצָא סוֹד).[9] En conjunto, surge la idea de que los setenta rostros de la Torá corresponden a su nivel secreto, esotérico, revelado solo a aquellos que se acercan a ella en un estado de apertura hacia lo místico, un estado algo similar al de quien ha bebido vino.

Aquí también, los setenta rostros se desprenden de una única fuente, y esa fuente no es otra que Di-s mismo, “el Único Di-s” que entregó la Torá.[10]

Correspondencias

Si los cuatro elementos que hemos revisado – las naciones del mundo, los descendientes de Iaacov que descendieron a Egipto, los ancianos de Israel y los rostros de la Torá – todos suman setenta, indudablemente están interconectados. Pero, ¿cómo?[11]

Comencemos por el final. Se puede ver fácilmente que los últimos dos “setentas” son un par obvio: los setenta ancianos son responsables de estudiar la Torá, y así podemos suponer que cada uno de ellos se especializa en uno de los setenta rostros. El estudio de la Torá de cada anciano revela y expande una faceta de la Torá.[12]

El tercer elemento, “los descendientes de Iaacov” que representan las raíces del alma fundacional de Israel, también encaja bien con esta pareja: cada alma judía tiene una conexión especial con uno de los aspectos de la Torá, aquel que le habla más que los demás, y por lo tanto también con el anciano asociado a ese aspecto.

La parte del rompecabezas que menos parece encajar son los setenta con los que comenzamos – las setenta naciones y sus idiomas. ¿Cómo se relacionan con los otros tres elementos? Particularmente desconcertante resulta la equivalencia mencionada anteriormente entre las naciones y los Hijos de Israel: “Él estableció los límites de los pueblos de acuerdo al número de los Hijos de Israel.” Este versículo, en esencia, dice que los Hijos de Israel y las naciones del mundo también se reflejan mutuamente. Pero, ¿de qué manera?

En pocas palabras, esta correspondencia sugiere que cada judío tiene una afinidad especial con una de estas culturas. Aunque su idioma no sea el suyo, y su pueblo no sea su pueblo, existe algún lazo invisible entre ellos, que los une en la distancia. Si, Di-s no lo quiera, surgiera un impulso por la idolatría dentro de este judío, sería para adorar el ídolo de esa nación, y no a otros. A la inversa, si está destinado a hacer conversos entre las naciones del mundo, sería un alma de esa nación la que él podría influenciar. Si, por alguna razón, se distancia del judaísmo, o nació fuera de él, su alma se sentiría atraída inconscientemente hacia esa cultura en particular. Y cuando finalmente regrese al judaísmo, tendría que hacerlo en el contexto específico de ese trasfondo cultural.

Por supuesto, si las setenta culturas arquetípicas no-judías corresponden a las setenta raíces de nuestras almas, también deben corresponder a los setenta ancianos y los setenta rostros de la Torá. De hecho, eso es exactamente lo que encontramos.

Una de las cosas que se decía sobre los jueces del Sanhedrín era que “no nombran al Sanhedrín a nadie más que hombres de estatura moral, de sabiduría, de apariencia, de edad, de discernimiento y capacidad especial, y que conozcan setenta idiomas, para que el Sanhedrín no tenga que escuchar a través de un intérprete.”[13] Los sabios del Sanhedrín debían estar versados en los idiomas de las naciones, y dado que son setenta ambos, podemos presumir que cada uno de ellos era un experto en uno de los setenta idiomas o culturas.

Los rostros de la Torá también tienen una profunda conexión con las setenta naciones. La Torá establece que, al entrar en la Tierra de Israel, se les ordenó a los israelitas escribir toda la Torá en grandes piedras de una manera “claramente elucidada”, baer heitév (בַּאֵר הֵיטֵב).[14] Los sabios preguntan qué significa esto y concluyen que significaba escribir la Torá “en setenta lenguas.”[15] Solo cuando la Torá se traduce a todos los idiomas se considera “claramente o bien elucidada.” Cada uno de los idiomas del mundo parece desbloquear y revelar un rostro de la Torá que le corresponde.[16]

Ahora podemos juntar nuestros cuatro “setentas” utilizando la siguiente metáfora:

Imagina la Torá como una especie de ciudad rodeada por una muralla. La muralla tiene setenta puertas a través de las cuales se puede entrar a la ciudad (los setenta rostros de la Torá); en cada puerta hay un guardián que posee la llave de esa puerta (los setenta ancianos); setenta caminos se extienden desde las puertas de la ciudad como los radios de una rueda (las setenta lenguas); cada camino lleva a una ciudad lejana en algún lugar del mundo (las setenta naciones); y en estos caminos transitan viajeros (las setenta raíces del alma de Israel). Algunos de estos viajeros caminan hacia la ciudad, mientras que otros caminan alejándose de ella. Algunos son nativos de la ciudad, mientras que otros pasan toda su vida en las ciudades distantes. Pero cada uno está conectado principalmente a un camino: la puerta a la que conduce es su entrada, el guardián encargado de ella es su emisario personal, y el exilio que se cierne ante él cuando da la espalda a la ciudad (o el aliento que siente en la nuca cuando decide enfrentarla) es su exilio personal.[17]

Contracción y Expansión

El curso de ideas que hemos seguido nos lleva de nuevo a la pregunta con la que comenzamos: ¿cómo se conectan los mundos de los que provenimos con la Torá hacia la que aspiramos?

¿Qué experimentamos cuando nos acercamos al judaísmo? Desde lejos, la ciudad de la Torá parece como cualquier otra de las ciudades que la rodean, y ni siquiera necesariamente la más majestuosa. Pero a medida que nos acercamos y comenzamos a hablar con el portero que nos da la bienvenida, este sentimiento inicial se disipa, es reemplazado por el entendimiento de que esta ciudad es completamente diferente a todas las demás y requiere que nos sometamos a una revolución mental respecto a todo lo que pensábamos que sabíamos. Debemos dejar atrás los setenta mundos y lenguas de los que provenimos y entregarnos por completo a este nuevo mundo y su lengua extraña. Esta es una renuncia dolorosa, pero un susurro tenue que emana desde la puerta nos reconforta, asegurándonos que valdrá la pena, que nuestras pérdidas se tornarán en ganancias.

Una vez que entramos en la ciudad, nos espera una segunda sorpresa. Dentro hay una habitación especial que ha estado esperando solo por nosotros; esta habitación representa un asunto, un verso o una palabra que nos pertenece. Aunque esta habitación es completamente nueva para nosotros, de inmediato nos sentimos como en casa, como si en otra vida olvidada, hubiera sido nuestra sala de estar. Es a la vez novedosa y familiar, parecida a un hogar y ajena. Entonces entendemos por qué: es una versión mejorada y refinada de nuestro viejo hogar.

Traductores no intencionados

De hecho, no solo necesitamos esta sala en la Torá, sino que ella también nos necesita – para ser revelada. Como se mencionó, la Torá solo se explica adecuadamente en setenta lenguas, porque cada una de sus facetas internas necesita un lenguaje externo para extraer su significado oculto. Mientras contemplamos el contenido de nuestra habitación con la mirada, nuestros corazones de repente se vuelven hacia dentro. Nos damos cuenta de que nuestra deambular en los setenta mundos no fue en vano: fue para que, al final, llegáramos a la Torá, y devolviéramos sus lenguas perdidas – las imágenes, las metáforas, las formas de expresión, e incluso la tecnología, todo ello forma parte del lenguaje ausente que la Torá necesita para revelarse en su plenitud. Cada uno de nosotros que peregrina hacia la Torá es un traductor inconsciente que lleva consigo una lengua que solo él o ella habla, y que puede desbloquear una faceta única de la Torá. La palabra “Torá”, al parecer, no solo deriva de horáa (הוֹרָאָה), que significa “instrucción,” como suele explicarse, sino también de tiur (תִּיוּר), que significa “recorrer o viajar”. La Torá necesita personas que recorran el mundo y recopilen todas las palabras que la expresarán.

Esta idea está respaldada por el sorprendente dicho de los Sabios,[18] que la palabra que abre los Diez Mandamientos, Anoji, que significa “Yo soy”,[19] no está en hebreo sino en egipcio, el idioma de la tierra de la que huimos. Proporcionan una alegoría sobre un rey cuyo hijo fue secuestrado por personas de una nación extranjera y se quedó con ellos hasta que olvidó su propia lengua materna. Por lo tanto, cuando su padre vino a rescatarlo -movido por la sensibilidad – la primera palabra que le dijo fue en el idioma de sus captores.

El uso del idioma egipcio en los Diez Mandamientos nos enseña que no podemos y no debemos huir de nuestro pasado. El lugar del que venimos forma parte de nosotros, y dondequiera que huyamos, lo llevamos con nosotros. Cuando Di-s se presenta ante nosotros en el idioma de la diáspora de la que provenimos, está tratando de decirnos que incluso el decreto del exilio provino de Él. Él quiso que estuviéramos allí, y que estuviera dentro de nosotros, y que desde allí regresáramos a Él. Es parte del plan, y más que eso, parte de la Torá que nos está entregando.

Que todos merezcamos llegar a la Torá, “cada uno desde su lugar”,[20] y recibirla con alegría y desde lo más profundo del corazón.


[1] Génesis 10.

[2] Éxodo 1:5.

[3] Deuteronomio 32:8.

[4] Números 11:16-17.

[5] Mishná Avot 1:1.

[6] Horaiot 4b; Sanhedrin 86b-87a

[7] Bamidbar Rabá 13:15.

[8] Eiruvin 65a.

[9] El acrónimo de “Cuando el vino entra, los secretos emergen” (נִכְנָס יַיִן יָצָא סוֹד) es “Sinaí” (סִינַי), donde la Torá fue entregada.

[10] Las cuatro fuentes de los ‘setentas’ son ‘Noaj’ (נֹחַ) – (padre de las setenta naciones); Iaacov (יַעֲקֹב) – padre de las setenta almas; “Moshé” (מֹשֶׁה) – líder de los setenta ancianos; y, Havaia (י-הוה) – Di-s que conecta los setenta rostros de la Torá. La suma de sus valores numéricos – 58, 182, 345 y 26 – es 611, el valor de “Torá” (תּוֹרָה), lo que implica que todos ellos juntos están incluidos en la Torá.

La proporción recurrente entre los 70 elementos individuales y la entidad general única (1) que los encabeza se refleja en la relación entre las dos letras cuyos valores son 70 y 1 -las letras ayin (ע) y alef (א), respectivamente. Así como los 70 siempre constituyen una expansión y diferenciación del 1, el sonido de la letra ayin profundiza y engrosa el sonido simple de la letra alef. Esta relación entre ambas letras es evidente en la amplia variedad de pares de palabras en las que una se escribe con alef y la otra con ayin, y donde la primera siempre expresa el aspecto interno de la segunda. Ejemplos notables son: אֹשֶׁר (osher-felicidad) y עֹשֶׁר (osher-prosperidad); אוֹר (or-luz) y עוֹר (or-piel) ó עִוֵּר (iver-ciego); אִמּוּת (imut-verificación) y עִימוּת (imut-confrontación).

[11] Los cuatro setentas corresponden a las cuatro letras del Nombre esencial de Di-s, Havaia, de la siguiente manera:

iud (י): Los setenta rostros de la Torá

hei (ה): Los setenta ancianos

vav (ו): Los setenta descendientes de Iaacov

hei (ה): Las setenta naciones

 (Las setenta idiomas corresponden a la sefirá de fundamento, situada entre la vav y la hei final.)

[12] Este par corresponde al par de letras iud-hei en Havaia. Estas letras son caracterizadas en la Cabalá como “padre” y “madre” en relación con las dos letras que las siguen. En nuestro caso, la Torá Escrita y sus sabios son como el padre y la madre del pueblo de Israel, respectivamente. La Torá Escrita desciende de los cielos, de arriba hacia abajo (influencia masculina), y la Torá Oral se desarrolla por medio de los ancianos de abajo hacia arriba (crecimiento femenino).

[13] Sanhedrín 17a.

[14] Deuteronomio 27:8.

[15] Mishná Sotá 7:5. Y he aquí, si escribimos la palabra para “correctamente,” de esta manera – ה הי היט היטב, (es decir, bien elucidada, letra por letra) – entonces la suma de todas las letras es exactamente 70.

[16] De Noé, padre de las setenta naciones y lenguas, se dice: ‘Y Noé halló gracia ante los ojos de Havaia’ (Génesis 6:8). La palabra para ‘gracia’, jen (חֵן), aparece en la Torá exactamente setenta veces, un indicio de los setenta rostros de la Torá. Así, ‘Noé halló gracia ante los ojos de Havaia’ significa que los descendientes de Noé y sus lenguas tienen el poder de encontrar los setenta ‘puntos de favor’ ocultos en la Torá. Además, el valor de la expresión que simboliza más que ninguna otra los setenta rostros de la Torá, ‘Cuando el vino entra, los secretos emergen’ (נִכְנָס יַיִן יָצָא סוֹד) es idéntico al del versículo, ¡’Noé halló gracia ante los ojos de Havaia” (וְנֹחַ מָצָא חֵן בְּעֵינֵי י-הוה)!

Además, “favor-gracia” se identifica con el concepto de humildad. Aprendemos esto de la yuxtaposición de dos frases, “Una mujer de valor [lit. “agraciada”] sustenta el honor” (Proverbios 11:16), y en otro lugar “Y el que es de espíritu humilde sustenta el honor” (Proverbios 29:23; estas son las únicas dos ocasiones de la expresión “sostener el honor”). Y he aquí, la raíz de la palabra “humilde”, shefal (שְׁפָל), son las iniciales de ‘la Torá tiene setenta rostros’, shevaim panim laTorá (שֶׁבַעִים פָּנִים לַתּוֹרָה): alcanzar los setenta los rostros de la Torá dependen de adoptar el rasgo de humildad.

[17] El fundamento de esta metáfora se puede encontrar en el verso del pasaje sobre la Mujer de Valor: “Su marido es conocido en los portales, cuando se sienta entre los ancianos de la tierra” (Proverbios 31:23). Una parábola fundamental, la relación entre Di-s e Israel es como la de un esposo y una esposa. Así, este verso retrata a Di-s como el esposo, quien es conocido por nosotros a través de “Sus portales” y a través de los ancianos. Según el Zohar (1:103b), estos portales se entienden como “portales de meditación”, y cada persona puede “conocer a Di-s” según lo que pueda percibir en su corazón. En la práctica, como se explica en el Tania (capítulo 44), el poder de percepción en el corazón es individual y depende del carácter y el entendimiento de cada persona.

[18] Ialkut Shimoni 20:286.

[19] Éxodo 20:2

[20] Rashi sobre Deuteronomio 30:3

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