P Y R MISHPATIM USO DE SUSTANCIAS

Recientemente, tuve la oportunidad de experimentar con una sustancia psicodélica llamada ayahuasca. Sentí que tuvo un impacto positivo en mí, abriéndome a profundidades emocionales y espirituales a las que no habría podido acceder de otra manera. Se trata de una bebida hecha a partir de la corteza de una planta utilizada durante siglos por tribus indígenas en Sudamérica.

El consumo de esta sustancia induce una experiencia espiritual elevada, con un estado de conciencia profundo y relajado. Esto permite a la persona explorar traumas pasados, incluso aquellos más reprimidos, abordarlos y, en consecuencia, sanar su alma y encontrar tranquilidad interior.

Soy consciente de que el uso de drogas es algo negativo, pero en mi experiencia, este caso es completamente distinto. Lo percibí como algo similar al “Lejaim” en una reunión jasídica, aunque con un efecto mucho más intenso. Me gustaría conocer la opinión del rabino al respecto.


Cualquier uso de sustancias que distorsionan la conciencia con el pretexto de descubrir “secretos” o “profundidades” del alma para “sanarla”, contradice el camino de la Torá en general y de la jasidut en particular.

El trabajo espiritual auténtico debe realizarse “con la propia fuerza”—es decir, con el intelecto y las emociones conscientes de la persona. De lo contrario, aunque pueda parecer que uno llega a conocerse mejor y a entender sus motivaciones internas, en realidad es una ilusión, un engaño del poder de la imaginación. Esto evita la claridad mental y salta por completo el filtro de la razón y la sabiduría, representado en la plegaria “Atá Jonén LeAdam Daat” (Tú otorgas comprensión al hombre), que es la base de nuestras oraciones.

Comparar esta experiencia con una reunión jasídica es un error desafortunado. El propósito del “Lejaim” en un farbrenguen jasídico (y sobre el cual el Rebe impuso estrictas restricciones) es ayudar a eliminar barreras externas que ocultan la esencia del alma, permitiendo que esta se manifieste con su fe pura. No tiene la intención de revivir experiencias pasadas, “sanarlas” ni de proporcionar tranquilidad emocional. La única verdadera fuente de paz y serenidad es el estudio profundo del jasidut y la reflexión sobre sus enseñanzas, como se afirma en la introducción al Tania: “Porque en ellas hallará descanso su alma”.

La fascinación con estas experiencias no es nueva. En los antiguos cultos idolátricos se utilizaban métodos similares para alterar los sentidos y permitir una percepción distorsionada de la realidad, haciéndola parecer más placentera o “elevada”. Sin embargo, el judaísmo es esencialmente racional, como lo explica Maimónides, y cualquier experiencia mística verdadera surge de manera natural a través del vínculo consciente con Dios, sin necesidad de estimulantes externos.

La única preparación válida dentro de la tradición jasídica es la música, capaz de despertar inspiración en el consciente (de ahí el vínculo entre “inspiración” ashraá, y “canto”, shir, en hebreo). Los rebes jasídicos acostumbraban a cantar antes de transmitir enseñanzas profundas, permitiendo elevarse espiritualmente sin desconectarse de la realidad.

Algunas personas argumentan que los profetas en la antigüedad o ciertos grandes jasidim usaban sustancias para alcanzar estados elevados, pero esto es falso y precisamente es lo que queremos desmentir aquí.


Sin el Dáat—la conexión consciente con la Divinidad—toda emoción intensa no es más que una ilusión engañosa, como enseña el Alter Rebe en el capítulo 3 del Tania. Este es el enfoque del Baal Shem Tov y la base de la jasidut Jabad. Por lo tanto, en el judaísmo no existe justificación alguna para el uso de sustancias con propósitos psicológicos o espirituales. La única excepción es cuando se requieren con fines médicos para aliviar dolores insoportables, es decir, para anestesia, no para “expansión de la conciencia”.

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