EMOR

UN MENSAJERO CELESTIAL

¿Cuál es la diferencia entre un activista dedicado a difundir la Torá y reparar el mundo, y un “emisario”? En pocas palabras, la singularidad de un emisario reside en que recibe su poder, autoridad y responsabilidad de quien le envía, quien le confía cosas que van más allá de sus limitadas capacidades personales. ¿Cómo merece uno la corona de emisario? ¿Cómo se expresa en nuestro servicio diario a Di-s?

Para ser un dedicado soldado (Jaial) en el ejército de Hashem, uno debe ser un jasid (la jet, ח, de la palabra Jaial), – actuar con un espíritu de bondad y amor por Israel, con verdadero temor del Cielo (Iarei shamaim, la iud de la palabra Jaial), y hacer todo con el poder de la Torá (lamdan, una persona erudita, la lamed de la palabra jaial). Para un emisario (shaliaj), el acrónimo es más ‘completo’ – jasid, temeroso de Di-s, erudito – pero su orden es diferente: en cabeza está la shin de shamaim (Cielo). El soldado en el ejército cumple su papel en la tierra, pero el emisario comienza su misión con ‘conciencia celestial’ – una conexión con la Fuente Suprema de la que recibe la misión.

El escepticismo amalequita se expresa en nuestra generación en la percepción científica de que «no existe el cielo» – todo es material y mensurable, sujeto a las mismas leyes de la naturaleza, moviéndose en círculos fijos y cíclicos. Esta percepción afirma que no hay nada sublime ni maravilloso, y que «no hay nada nuevo bajo el sol». En este contexto, la actividad humana también es limitada y es imposible superar las limitaciones de la realidad y generar un cambio real.

El emisario confronta este fenómeno: cree y ve que “¡existe el cielo!”, que existen fenómenos que trascienden la naturaleza, auténticas irrupciones de lo nuevo, incluso es posible la confluencia de opuestos, como el fuego y el agua (de los cuales se componen los cielos), y que hay personas que representan el cielo en la tierra y pueden ser una fuente de poder para la misión. Las personas del cielo, los artífices de la misión, nunca están satisfechos consigo mismos ni con lo que tienen para dar – revelan que existen “cielos y cielo de los cielos” hasta el infinito, y que su destino es conectar a sus emisarios directamente con la fuente más elevada.

La experiencia del cielo requiere estudio e ilustración. Inicialmente, la experiencia de la presencia de lo sublime y lo divino despierta un gran temor, pero finalmente atrae al hombre a acercarse a ello e infunde toda la realidad con un sentido de bondad y amor. Este es el orden de las letras de la palabra shaliaj (emisario): shin – Shamaim (cielo); lamedlamdan (erudito); iudiarei (temeroso de Hashem); jetjasid (difusor del amor de Hashem).

De hecho, aunque el fuego de la misión desciende del cielo – es una mitzvá en el Templo traer fuego de la persona común. De la labor del emisario está dicho: «Un fuego perpetuo arderá sobre el altar; no se apagará». La labor del soldado está basada en el sacrificio personal («altar») y en un entusiasmo tangible y cálido («fuego») que debe manifestarse «siempre», tanto en momentos de elevación en la santidad (que parece más interno que externo) como en momentos de caída e impureza (que parecen extinguir el fuego sagrado, Di-s no lo quiera). Cuando una persona hace todo lo posible, e incluso se esfuerza más allá de sus propios límites, merece la corona de la misión celestial – la revelación de la verdadera infinitud celestial en su servicio a Di-s en la tierra.

La actividad dedicada y entusiasta por hacer el bien en el mundo, por revelar que existe el cielo, es capaz de extinguir la oposición y el escepticismo: “¡(La llama) no se apagará!”. Entonces, incluso la oposición misma se transforma, se anula ante la santidad e incluso se une a ella: el “no” extinguido se convierte en “sí”, y queda claro que el sentido de permanencia y unidad terrenales no es más que un reflejo de la unidad y la eternidad de Dios.

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