EMOR

UN VIAJE DE CRECIMIENTO

Nuestra vida es un viaje de crecimiento desde la pequeñez a la grandeza. La Cabalá nos explica que este proceso no es un ascenso continuo, sino que incluye transiciones recurrentes entre estados de pequeñez y grandeza. En esencia, el progreso de una etapa a la siguiente es en realidad un cambio en nuestra conciencia sobre la esencia del tiempo.

El comienzo de la vida humana, desde el inicio del embarazo hasta la madurez plena, es un proceso de desarrollo claro: desde la más absoluta pequeñez hasta la perfección de la grandeza. El ser humano es llamado “un caminante” y no debe dejar de avanzar. En cada momento debe aspirar a una nueva meta, una grandeza en relación con la cual todavía es pequeño.

El proceso de maduración ilustra esto bien: el proceso que comienza al inicio del embarazo y pasa por todas las etapas de la gestación, se sella con el nacimiento, en el que emerge al mundo una criatura viva, un ser humano completo y desarrollado. Pero este ser humano solo comienza ahora un proceso de crecimiento, durante el cual mama dependiendo de su madre, y terminará con el destete, que lo convierte en independiente. Y aun así, no es más que un niño pequeño, que necesita crecer en cuerpo y alma, en intelecto y emoción, hasta que alcance la madurez a la edad de los mandamientos, en la que se le considera grande y responsable de sí mismo. Y sin embargo, está claro que este es solo el comienzo del proceso de maduración, que terminará solo cuando sea lo suficientemente adulto y estable para establecer un hogar fiel en Israel (en el que comenzará el proceso de nuevo, en la crianza de sus propios hijos).

Esta ciclicidad enseña que también en el resto de la vida debemos seguir desarrollándonos, madurando y creciendo, estableciendo cada vez nuevas metas y creciendo una y otra vez desde la pequeñez hasta la grandeza.

La Cabalá resume este proceso cíclico de desarrollo en cuatro etapas fundamentales: Pequeñez A, Grandeza A, Pequeñez B, Grandeza B. Estas etapas se detallan cada vez más y se repiten en aspectos y ciclos diferentes, pero desde una visión general, todos los procesos están incluidos en estas cuatro etapas.

Lo principal es que incluso después de que una persona ha completado un proceso de crecimiento, de la pequeñez a la grandeza, debe reconocer que esta es solo la primera etapa, y que nuevamente tiene ante sí un proceso similar. Es fácil entender que incluso quien ha alcanzado una cierta grandeza no debe contentarse con sus logros, y siempre debe aspirar a más: de una grandeza a una segunda grandeza, “de fuerza en fuerza”. La principal novedad es que entre una grandeza y la siguiente aparece nuevamente una etapa de pequeñez, para la cual a veces incluso se utiliza la analogía de un “segundo embarazo”. Es imposible “saltar” de una grandeza a una nueva, diferente e incomparablemente superior, sin pasar de nuevo por la pequeñez. Es imposible pasar de la cima de una montaña a la cima de una segunda montaña sin bajar al valle entre ellas (y en el estilo habitual en la investigación y el jasidismo: entre un “ser” y un “ser” se requiere una etapa de “no ser”).

Sin embargo, la segunda pequeñez no es idéntica a la primera pequeñez, no es necesario (y probablemente tampoco posible) volver realmente al útero. En la segunda pequeñez, aunque se experimenta un descenso en relación con la primera grandeza, y quizás incluso se sienta que todos los logros anteriores se han perdido, hay en la segunda pequeñez una “impresión” de las etapas que la precedieron, es más desarrollada y profunda. No hay aquí una regresión, sino un descenso por el otro lado de la montaña, hacia el camino que avanza hacia la siguiente cima. Así explica el Alter Rebe en la introducción de la segunda parte del Tania el secreto de “siete veces cae el justo, y se levanta” – para alcanzar un nuevo nivel, el justo debe caer de su nivel anterior y volver a levantarse al nuevo nivel, pero “porque cuando cayere, no quedará postrado”, y aunque le parezca que ha vuelto a su estado inicial, antes de ser justo, todavía está “por encima de todo hombre en su servicio, porque permanece en él una impresión de su primer nivel” (y por lo tanto, en toda contemplación de este tipo, lo más fascinante es el nivel de la segunda pequeñez).

Los días del Conteo del Omer son un proceso de desarrollo, desde la pequeñez de la salida de Egipto, que se comparó con un nacimiento, hasta la madurez de la entrega de la Torá, en la que el pueblo de Israel “se afirma en su entendimiento” y recibe el yugo de la Torá y los mandamientos. Y de hecho, la intención fundamental del Arizal para estos días se compone de estas cuatro etapas (de una manera elaborada y compleja, que se detalla en ocho niveles que aparecen en los siete días de cada semana y en el conjunto de las siete semanas, que no es el lugar para explicar aquí), y no hay nada más apropiado que los días del Conteo para profundizar en ellos.

Los cuatro estadios explicados, definidos en términos de la Cabalá, son traducidos por el Jasidismo a conceptos psicológicos. Es posible y apropiado identificar estas cuatro etapas en innumerables contextos de procesos de progreso en la vida, desarrollo del alma y avance de fuerza en fuerza en el servicio a Di-s en sus diversos ámbitos. Pero ante todo, es apropiado reconocer la explicación habitual en el Jasidismo de estos conceptos como diferentes niveles en relación con el Santo, Bendito Sea:

Pequeñez A es la fe, que es el fundamento de todo. En la fe aún no hay ninguna comprensión o claridad; un niño pequeño y la persona más simple creen con toda su fuerza, incluso sin ninguna comprensión ni percepción de la Divinidad. Grandeza A se llama la comprensión de la realidad; esta ya es una comprensión de la Divinidad, a la que se llega mediante una contemplación profunda, pero sigue siendo una comprensión meramente intelectual. Es un reconocimiento de la realidad de Di-s, e incluso la capacidad de decir sobre Él todo tipo de definiciones, sin un “conocimiento cercano” de Di-s. Pequeñez B es la confianza; la confianza no se basa en el intelecto, es un retorno a un lugar fundamental en el alma, y aun así está más “desarrollada” que la fe, porque dibuja el bien, establece una meta y confía en la ayuda de Di-s para realizarla. La última etapa, Grandeza B, es la visión de la esencia; al final del proceso se alcanza la meta, se merece un “encuentro” con Di-s que no es solo una comprensión desde lejos, sino que es una especie de visión real, un conocimiento cercano y tangible, “ojo a ojo verán cuando el Señor vuelva a Sion”.

Sin embargo, el proceso de maduración de la pequeñez a la grandeza es, ante todo, un progreso que ocurre en el eje del tiempo. Por lo tanto, es apropiado definir las cuatro etapas como referencias al tiempo mismo: Pequeñez A es la experiencia del presente; la base más simple de la conciencia, incluso antes de la conciencia del eje del tiempo. Grandeza A es ya la conciencia del pasado, en relación con el cual el punto del presente es siempre un resumen de todo lo que ha sido hasta ahora; una cierta cima de reconocimiento, a partir de la totalidad de la experiencia, los logros y las comprensiones, que da contexto y significado al presente. Pero el hombre no debe contentarse con el conocimiento y los logros acumulados del pasado; debe volverse hacia el futuro, y la mirada hacia el futuro desconocido devuelve al hombre a la pequeñez; esta es la Pequeñez B, que aspira al futuro con la “impresión” de todo el pasado. Cuando se cruza todo el proceso, se llega a la Grandeza B: la adhesión a la meta Divina en la que uno se eleva por encima del tiempo, cuando el pasado, el presente y el futuro se anulan ante la eternidad.

También este proceso cuádruple, que toca la dimensión del tiempo en la base de nuestro mundo, sirve de base para innumerables contemplaciones, que se refieren a la vida del individuo y a la vida de la comunidad. Pues todos aspiramos, en última instancia, a elevarnos de la existencia temporal y transitoria y precisamente a través de ella y desde ella a alcanzar la dimensión en la que todo recibe un significado eterno, que solo se merece a través de la adhesión al “Di-s viviente y Rey del universo”.

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