PARASHÁ MISHPATIM
El ser humano comienza su día como un “esclavo”, pero si logra reconocer el aspecto de “hebreo” dentro de sí y realiza su labor con intención y plegaria, ascenderá cada vez más alto, hasta revelar la chispa de Mashíaj que hay en su interior.
Nuestra Parashá comienza con las leyes del esclavo hebreo y la esclava hebrea, enfocándose especialmente en su liberación.
En un sentido más profundo, todo el trabajo del esclavo es procesar y transformar su ser, refinando y elevando su naturaleza más tosca. Al lograrlo, alcanza la libertad. Esto se aplica también al servicio a Dios de cada persona: el propósito interno del trabajo espiritual es el refinamiento personal, hasta que la persona se libere de una relación de servicio impuesta y alcance una conexión con Dios que sea más natural y voluntaria.
En términos sencillos, la necesidad de una estructura de disciplina y esclavitud surge del hecho de que el ser humano tiene un instinto negativo y cualidades que deben ser refinadas. Así, los seis años de servicio representan un período de trabajo sobre las emociones y la lucha contra la inclinación al mal. De acuerdo con la Cabalá, estos seis años corresponden a las seis sefirot emocionales que deben ser rectificadas: Jesed (amor), Guevurá (temor), Tiferet (misericordia), Netzaj (confianza), Hod (humildad) y iesod (verdad). La arena donde se lleva a cabo este trabajo es el mundo de Yetzirá, que simboliza la batalla entre el instinto positivo y el negativo.
La liberación del esclavo simboliza la superación de esta lucha interna, cuando las emociones de la persona ya no se oponen a la observancia de las mitzvot, sino que fluyen con ellas de forma natural. Este es el estado mesiánico ideal: un “instinto judío” que desea cumplir la Torá y sus preceptos sin resistencia. Este estado se revela en el séptimo año, cuando el esclavo queda libre “sin costo alguno”. La séptima sefirá, Maljut, representa la conexión con la realidad y expresa esta fluidez natural. Cuando la realeza (Maljut) es rectificada, surge la conciencia judía mesiánica, en la que la persona fluye naturalmente con la Torá y las mitzvot.
Este anhelo por la redención mesiánica está insinuado en la misma Torá: “Esclavo hebreo” (עבד עברי) tiene el mismo valor numérico que “Mashíaj” (358). Y al final del proceso de refinamiento de las emociones, ese potencial mesiánico sale “libre sin costo” (לחפשי חנם), que también equivale numéricamente a “Maljut” (realeza), aludiendo a la conciencia natural y fluida de la era mesiánica.
“Adquirir un siervo hebreo”
¿Cómo puede un siervo, inmerso en el mundo de los deseos y pasiones, refinarse e incluso liberarse de la lucha interna contra la inclinación al mal? En la enseñanza jasídica se explica que el mandato “Cuando adquieras (en singular) un siervo hebreo” está dirigido a Moshé Rabenu mismo. Es decir, Moshé tiene la misión de “adquirir” y refinar al siervo. La servidumbre y la sumisión a los deseos surgen de la pobreza en daat (conciencia profunda). El siervo no puede dominar sus impulsos porque su vida está regida por las emociones y los instintos, sin la fuerza intelectual suficiente para refinarlas y transformarlas. Moshé, quien simboliza el poder del daat (conciencia), es quien otorga sabiduría al pobre en entendimiento y lo libera de vivir únicamente bajo el dominio de sus emociones. Moshé le da al siervo la capacidad de meditar profundamente, lo que no solo le permite controlar sus deseos, sino incluso transformarlos: trasladar su amor natural por lo mundano hacia un amor por Hashem, Su Torá y Sus mitzvot.
La incorporación de la fuerza de Moshé en el siervo – es decir, la integración del daat en la meditación sobre la Divinidad hasta que impacte en las emociones – es lo que da origen al verdadero Mashíaj. Mashíaj es llamado “Ben David” (Hijo de David) y sus características coinciden con las del rey David. Sin embargo, también se dice que “Moshé fue el primer redentor y será el último redentor”, y que en cada generación, el Mashíaj-líder es una extensión de Moshé Rabenu. De hecho, Mashíaj será conocido como “RaaIá Mehemná”, el “Pastor Fiel”, un título que corresponde a Moshé Rabenu.
En la enseñanza jasídica se explica que Mashíaj es una combinación de Moshé y David. Como descendiente directo del rey David, su naturaleza fundamental es similar a la de David: experimenta de manera intensa la pequeñez de la realidad material y su necesidad de la luz Divina que parece distante. Pero en ese mismo cuerpo se inviste el alma de Moshé Rabenu, refinando su experiencia y revelando en él la esencia Divina que brilló en Moshé, en una conciencia elevada de la Divinidad.
El “cuerpo” de David representa la sensación de bajeza y servidumbre – la lucha constante con la inclinación al mal hasta el punto de reconocer que “si Hashem no ayuda al hombre, no podrá vencerlo”. Por eso, Ben David se percibe a sí mismo como un siervo, “pobre en daat” (y de hecho, las iniciales de Eved – siervo – forman Ani Ben David, “yo soy Ben David”). Es el papel de Moshé, “rico en daat”, el elevarse dentro de él, refinarlo y purificarlo con la sabiduría Divina hasta que pueda salir “libre gratuitamente” – es decir, alcanzar la realeza – y transmitir este estado de conciencia elevada a todo el pueblo de Israel.
Siervo – Hebreo
El primer paso en la transformación de la conciencia que Moshé otorga al siervo es el reconocimiento de sí mismo como hebreo (Ivri), tal como enfatizan nuestros sabios: “Eved Ivri” no significa “un siervo de un hebreo”, sino un siervo cuya identidad esencial es la de un hebreo”.
Según la Kabalá, la letra Dalet (ד) está compuesta por la Resh (ר) y la Yud (י), que se encuentra detrás de ella. El paso de “siervo” (Eved, עבד) a “hebreo” (Ivri, עברי) se logra al “descomponer” la Dalet en Resh y Yud. Las letras Dalet (ד) y Resh (ר) representan dos tipos de pobreza: el Dal (דל) y el Rash (רש). Del Rash se dice: “El pobre (rash) no tiene nada”, lo que indica no solo una carencia material, sino también una carencia espiritual. La diferencia es que al Dal todavía le queda algo, pero al Rash le falta el “todo”, es decir, el sentido de gratitud y reconocimiento.
Cuando el Eved (עבד) se transforma en Ivri (עברי), pasa de ser un Dal a un Rash en un sentido positivo. En este proceso, no pierde la Iud de humildad y gratitud, sino que la potencia, convirtiéndola en una letra completa y colocándola frente a sí mismo como un recordatorio constante. De esta manera, el reconocimiento de su condición se profundiza y, en lugar de ver su pobreza como un castigo, la percibe como una oportunidad para desarrollar una mayor conciencia y gratitud. Esta transformación es posible gracias a Moshé Rabenu, quien en su extrema humildad es llamado Rash (רש) en la tradición jasídica. Moshé le entrega al siervo la letra Yud, símbolo de sabiduría divina, humildad y refinamiento.
Así, la conciencia del Eved Ivri es doble: por un lado, siente profundamente su pequeñez (Resh – ר), pero por otro, experimenta con intensidad la luz y la sabiduría divina (Yud – י) que recibe desde lo Alto. Este proceso se desarrolla en tres etapas, alineadas con los tres pasos de la rectificación espiritual (hachnáa – sumisión, habdalá – separación, hamtaka – dulcificación), reflejados en los distintos significados del término Ivri (עברי):
- Sumisión (HaJnáa): El siervo reconoce que es Ivri, es decir, alguien que “cruza los límites” (Avarin, עברין) por naturaleza – lo que en el caso de un siervo vendido por robo resalta su inclinación a transgredir. Esta toma de conciencia le infunde humildad y sumisión (Resh – ר).
- Separación (Habdalá): Luego, reflexiona sobre su existencia efímera en este mundo y adopta la práctica de “Haz teshuvá un día antes de tu muerte”, lo que le ayuda a apartarse de su apego a las trivialidades materiales (Resh – ר) y a buscar la luz eterna que lo eleve (Yud – י).
- Dulcificación (Hamtaká): Cuando finalmente se conecta con la luz divina (Yud – י), regresa a su raíz en “Ever HaNahar” (עבר הנהר) – el otro lado del río, aludiendo a su conexión con lo trascendente. En ese momento, se convierte en un canal a través del cual la luz de Hashem ilumina el mundo, refinando y dulcificando la realidad.
Este es el proceso de transformación interior que permite al siervo no solo liberarse de su estado de esclavitud, sino elevarse hasta convertirse en un conducto de la Divinidad en la Tierra.