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En el camino jasídico el amor se alcanza mediante la hitbonenut, la meditación. Debemos descubrir el amor a Dios que está escondido en nosotros mediante la hitbonenut y profundizar en la hitbonenut en el amor a Dios conducirá al amor al prójimo, porque “quien ama al padre ama a sus hijos”, todo judío es “parte de Dios en lo Alto” y el máximo amor a Dios es “amar lo que ama el amado”.

De hecho, el que tiene ‘genes de jasid’ se rebela: ¿Es este el amor a Israel del Baal Shem Tov? La esencia del judío es un amor natural, simple y espontáneo por Israel, sin límites, sin condiciones y sin necesidad de meditar. La meditación viene a ‘convencer’ al alma intelectual de unirse a la celebración del amor, pero para el alma Divina el amor a Israel es natural y fluido, no forzado o generado por los razonamientos del intelecto.

La ilustración de las cosas a través del círculo más cercano aumenta la rebeldía: la nación de Israel es una familia, y el amor dentro de una familia es completamente natural. ¿Acaso el amor natural dentro de la familia, entre un hombre y su esposa y entre padres e hijos, una experiencia ‘mundana’ de la que debemos abstenernos? ¿Deberían los judíos adoradores de Dios basar su relación con su familia solo en una meditación Divina abstracta? Tal instrucción es discordante a los oídos de cualquier persona cuerda…

En efecto, en la esencia del alma del judío late un pulso constante de “correr y retornar”, “correr” hacia Dios, a partir de una experiencia de que “Dios es todo” y “no hay otro sino Él”, e inmediatamente después “regresar” de nuevo a la realidad con el reconocimiento de que ‘todo es Dios’, que está ‘en los Cielos arriba y en la tierra abajo’. Este pulso se expresa principalmente en los dos amores mismos: “correr” al amor de Dios solamente y “regresar” por el ferviente amor al prójimo, al judío. Precisamente el “correr” a Dios “enriquece” el amor a Israel, cuando en el “regresar” se revela que el mismo amor a Israel es Divino. El amor a Israel sigue siendo natural y personal, pero revela a Dios en nosotros y aumenta su fuerza. Y la alusión en la guematria: ואהבת את הוי’ אלהיך  “Amarás al Señor tu Dios” es igual a ואהבת לרעך כמוך אני הוי, “y amarás a tu prójimo como a ti mismo [cuando dentro de tu prójimo mismo se revela] ¡Yo soy el Señor”!

Lo mismo es cierto en la vida matrimonial, en el amor de un hombre y una mujer: la relación según la Torá comienza con la experiencia del “correr” del kidushin, el casamiento, en el que se forma un vínculo vinculante entre el hombre y la mujer, pero este es un vínculo espiritual abstracto y sagrado, en el que la esposa está prohibida para todo el mundo como algo sagrado pero aún no está permitida para su esposo. El hombre y la mujer fortalecen su relación con su compromiso con Dios, pero no llegan a una unión amorosa en la realidad. Por lo tanto, después de la consagración, uno debe detenerse, regresar e ir al “regreso” del matrimonio: amor directo por su pareja, un alma en el cuerpo, que alcanza la unidad total y completa con ella.

El lazo matrimonial es el derej eretz, “el camino en el mundo” que “precedió a la Torá”,  existió incluso antes de la entrega de la Torá, es deseable y positivo para los hijos de Noaj y también para los hijos de Israel, preserva lo natural y lo dimensión primaria del amor simple entre un hombre y una mujer. En efecto, precisamente gracias al “correr” de la santificación, también el “regreso” al vínculo humano del amor adquiere un nuevo significado: concretar el pacto con una eterna validez Divina.

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